lunes, 20 de enero de 2025

Cincuenta y Tres. El Tiempo y su Patín.

 "Plans that either come to naught

or half a page of scribbled lines..."

Pink Floyd. Time.


Cincuenta y Tres. El Tiempo y su Patín.


El Tiempo no está hoy para contar, si hay, pérdidas o ausencias. Sí se sintió sin embargo, como El Año que este Me Alcanzó.

Comenzó con fuego, con rabia; con una bofetada a mi falsa seguridad. Algún desconocido pateó mi brújula y me mandó a lugares donde ya no debería estar.

En el Mundo Real, no hay "Protocolos Fénix": las cosas arden y eso es todo. Las cenizas se esfuman. Al Tiempo le vale madre; toma sus cosas y se va. Allá tú si te quedas.

Aun así, pasan cosas, vas a lugares, conoces gente.

Y la Música... esa Balsa-Para-Todo-Naufragio, llega y te acomoda las ideas, y apacigua las comadrejas que roen por dentro. Incluso con el corazón en la picota.

A veces engañas al Tramposo Padre Tiempo, en ocasiones hasta frustras sus guadañazos. Pero claro, él puede esperar, porque Es Él y eso hace. Toma su patín y te mira de hito en hito, "¿cómo vas, todo bien?". No hay remedio.

Sin embargo la Adultez (porque la Madurez sigue descartada), permanece un misterio, terra ignota. Me pregunto si esta crónica "gen-equisicidad" seguirá por siempre; si acaso algún día adquiriré tintes de normalidad o si soy un caso perdido. ¡Mejor no preguntar!

Pero bajo la sonrisa descarapelándose, sí se insinúa la escasa certeza de mi caducidad. El calendario empequeñece frente a los pendientes, los deseos, las sedes (en plural, sí señor) y las hambres, las ganas paliadas. Es un seguir mirando al horizonte, buscando islas nuevas; y de reojo espiar nervioso, listo para achicar. La vista más mermada, los dientes más sensibles, el pelo más ralo y delgado; tonos de gris infinitos y topografía facial.

No hay DeLorean que valga en esta película. Pero igual, a donde vamos no necesitamos caminos, ¿no es cierto?




lunes, 18 de noviembre de 2024

Para extrañarte. Memorias de escalón.

 "Keep trying for you,

keep crying for you,

keep flying for you,

keep flying, and I'm falling"

Sade.


Para extrañarte. Memorias de escalón.

Ansia de amnesia. Mi brazo duele con hambre de cubrir tus hombros y el aire huele como un reloj de arena en fase terminal. Pero el recuerdo me aturde, sentado en el escalón.

Otra sombra se adivina entre la audiencia y yo me repliego como una sensitiva. Mala costumbre, otra vez.

Nunca hemos sabido qué hacer uno con otro.

Así que de vuelta a Sade, y este cuaderno; antes del fuego y de la nube sobre mi cabeza.

Ya no sé qué hay adentro, qué más hay para dar. Ya no sé el valor de los días o de las noches; qué propósito tienen y si estoy sólo enfermo, o enfermo de verdad.

Sea la Música la droga, que cure o que sólo palie.

Hace mucho no tocaba como hoy.

No puedo evitar lamerme los dedos; los restos de esta noche y sus dos lados son manjar.

Ignoro si esta comedia agridulce es Arte, o sólo algo que sucedió; tiempos distorsionados chocando otra vez. No sé si soy necio o estúpido, o sólo dejo que me lleve el corazón a ninguna parte.

Me preparo entonces para extrañarte otra vez. Y a la vez quiero caer en el abrazo de lo improbable y lo húmedo, porque ya no sé qué hay adentro, y que más tengo para dar.

La puerta está entornada, la chapa ha dejado de funcionar.

Tú ya no recuerdas lo que te pedí. Tal vez deba recordártelo.



miércoles, 24 de enero de 2024

Cincuenta y dos. Otro pequeño desliz.

 "I turn my back to the wind
to catch my breath
before I start off again..."

Rush. Time stand still.


Cincuenta y dos.


Dìas de apender. Solo, pero no solitario. Días de timbres y campanas silenciosos; soy llegado a mis propias orillas, con todos los nombres en la punta de la lengua.

Algunas rudas lecciones; con la desconfianza zumbando y la lucecita en standby. El lustro quedó colgante por un único cabo, y el recuento es positivo con casi todos los números en negro; salpicado de escarlata tal vez sólo por añadir color. O acaso sea un poco de sangre fugitiva.

Es invierno aun y los años son copos de nieve apilados sugiriendo formas; y hay un miedo nuevo a que ya quede más atrás que por venir.

La Música suena diferente.

Los días vuelven a parecerse entre sí.

Promesas transparentes revolotean en la visión periférica. Terco y tranquilo, recorro viejos laberintos con ojos de camaleón; el horizonte esparce auroras y espejismos que cantan como sirenas.

Pronto, pero no aun.

Necesito más hierro y más hueso.

Tengo trescientos sesenta y cinco días para dar la vuelta al Mundo. Mañana, igual que ayer, no importa mucho; ya no tengo tiempo para esperar.

¿Habrá más islas? ¿Habrá realmente tierras por explorar, y las que extraño seguirán ahí? El camino se acorta y aun hay tantas canciones por tocar...

Así que: Contrito. Arisco. Perdido, como púa de guitarra. Cambiar de piel implica ser vulnerable y estar húmedo. Así que, ¿qué más da, otro pequeño desliz egoísta en esta particular tormenta-en-un-vaso? Hoy  soy sólo mío y de nadie más; quizá mañana me vuelva a abandonar a mí mismo. Nada importa hasta que este día acabe. Mientras, comienzo a rogar en silencio que siga habiendo más noches.



Foto de Diego Jimenez en Unsplash

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Extraviado. Reproche en F#.


"But my words like silent raindrops fell, and echoed in the wells of silence".


Extraviado. Reproche en F#.


Búscame en la acera, entre las barras de la boca de tormenta.

O búscame en la esquina más oscura de un bar, donde nadie quiere beber riendo.

Estaré ahí, entre las horas de ensayo canceladas; en las futuras tocadas frustradas y las canciones rechazadas y dejadas de lado.

Búscame exactamente donde me dejaste. Escucha mi nombre en los silencios y las notas fantasma; en las fallas técnicas, los cables trozados y las cuerdas rotas.

Fíjate bien: me verás en las mesas con sillas vacías; en los regresos solitarios; en los desplantes de otros; en los errores en escena.

Regresa a donde me quedé esperando; las madrugadas de carga y descarga que serán resfriados del lunes. En las resacas, en las noches sin cenar.

Seguramente me hallarás en las horas invertidas en vano; en el sudor ya seco de las noches ahora infructuosas e inútiles; en los litros de gasolina quemada o las botellas ya sin cerveza.

Sólo no me busques en las notas ni compases. Nunca te importaron las que yo toqué.

Fue ahí donde me extraviaste, y fue ahí que elegiste no verme.




Foto de Adrian Swancar en Unsplash

miércoles, 23 de agosto de 2023

 

"These precious things, let them bleed, let them wash away...". Tori Amos.



Pequeñas Cosas.


Abrió los ojos lentamente, después del tercer timbre del despertador de su smartphone. La sonora barahúnda en la cocina le llegó después. Cerró los ojos lentamente, tomando fuerzas para levantarse.

Se encaminó al cuarto de baño, descalzo, en ropa interior y camiseta. Karla llevaba lo mismo, sólo una camiseta y panties. Mientras revolvía los huevos con la pala, volteó a mirarlo y sonrió dulcemente; los huevos sisearon en la sartén. Roberto no le correspondió la sonrisa. Entró al baño y orinó copiosamente. Al salir apenas miró hacia la cocina vacía.


*


Respiraba agitadamente, las manos crispadas contra el pecho. Un dolor de cabeza comenzaba a forjarse en sus sienes. ¿Estaba enloqueciendo? Miró de nuevo hacia la pequeña sala de su departamento. Todo normal, como siempre. Con el mismo aspecto. Karla no estaba, se había desvanecido, o jamás había estado ahí; obviamente, porque eso no era posible. Se recostó contra la puerta de la habitación, tras el muro, esperando que su corazón redujera el ritmo enloquecido; dando la bienvenida a la ligera jaqueca porque era algo real en ese imposible momento. Sabía lo que vió, pero no entendía por qué lo había visto. Con morboso valor, se asomó como un niño que atisba bajo la cama esperando no ver al Coco. No había nadie, como siempre.

Esa fue la primera vez que vió.


*


Quince para las diez; Roberto guardó el archivo en que trabajó, una vez más, para evitar accidentes -aunque sabía que algunos eran inevitables, y vaya-, y buscó en su mochila el tupper con su desayuno. El de verdad.

El smartphone vibró primero, luego zumbó apremiante sobre la cubierta del escritorio. Roberto lo miró con aprensión, aun más que la normal. Sabía lo que encontraría. 'Karla', decía en la pantalla en modo oscuro. Tal vez lo llamaba para pasar por algún encargo, como hacía a veces; o simplemente para 'oír su voz' y desearle bonito día entre otras frases melosas.

Roberto situó la punta del dedo sobre el círculo rojo y rechazó la llamada como hacía siempre desde hace tiempo.

Sabía que después de unos segundos, no habría nada registrado entre las llamadas perdidas.

Como siempre.


*


Respiró hondo, y marcó el número, que ni siquiera sabía por qué conservaba. Sólo... sólo tenía que saber, aun con la certeza de que se estaba comportando como un supersticioso estúpido. Tenía miedo de que nadie contestara; de que la compañía telefónica le avisara con una grabación que la línea ya no existía; que el celular de Karla sonara interminablemente dentro de una zanja, o que no lo hiciera porque estaba en el fondo de una alcantarilla con su cuerpo. O peor aun, que Karla le contestara a pesar de no deber poder hacerlo...

-¿Hola?

-Ah, uhm, hola... ¿Karla? Soy... soy Roberto.

Dos segundos de silencio.

-Ah. Roberto... ¿cómo estás?

-¡Bien! Yo... este... bueno, yo sólo...

Una pausa incómoda.

-¿Por qué llamas, Roberto? Yo no puedo...

- Sólo...- la interrumpió, o más bien aprovechó la pausa que sonó levemente exhasperada-, sólo quería saber si... si estás bien. Sentí... sentí algo raro hoy y... no sé, estoy preocupado.

Otros dos segundos silenciosos. Quizá fueron tres.

-Sí. Estoy bien. Te agradezco que te preocupes, pero... pero no me llames más, por favor. Tampoco para mí es fácil... y yo ya no...

-Sí. Sí, lo sé- la interrumpió de nuevo-. Es que sólo te... ('te ví en mi ventana al regresar de la tienda, y hasta te levantaste la blusa muerta de risa...'), mira, solamente quería saber si estás bien. Es todo. Oye, gracias por contestarme... A-adiós. Cuídate-.

Click.

No volvió a llamarla jamás. A pesar de todo.


*


Una vez más aferró el volante con fuerza, pero ya acostumbrado a darse cuenta que se había desviado otra vez -sólo un poco, en realidad-, del camino a casa.

No era mucho problema en realidad, sólo había interferido una vez, cuando se dió cuenta que llegaba a la casa y ella esperaba arreglada como si fuera a la reunión de esa noche con él. Pero por ejemplo, jamás le sucedió en una de sus escasas citas románticas, por suerte (¿o a propósito?).

Al igual que entonces, pasó de largo, y Karla, que le había sonreído con una bolsa de compras a cuestas y saludando vigorosamente, no se veía ya por el retrovisor.

Rectificó el rumbo y fue a casa.


*


Fue un momento parecido a este, donde comprendió lo que estaba sucediendo en realidad. El shock fue tremendo entonces, y hasta se rió como loco un par de horas después. Era absurdo, pero también tan doloroso. Roberto solía reírse de lo que lo lastimaba o le daba miedo. A veces podría ponerse un poco pesado con ello, y jamás supo que Karla secretamente odió eso de él, al menos cerca del final de su magro mes de relación. Pero Roberto no podía evitarlo, era su mecanismo de defensa favorito, y le servía.

Por supuesto, momentos así ya no lo hacían reír ahora; aunque para todo lo demás sí conservara el humor listo y al punto.

La voz -'la voz de Karla'-, llamó suavemente y ronca, ronroneante de hecho, desde la habitación donde únicamente la lámpara del buró iluminaba. Sin poder evitarlo, y él se odiaba a sí mismo por ello, Roberto se paró en el umbral del cuarto.

La luz tenue pintaba su cuerpo desnudo en claroscuros. Sus pechos medianos, los pezones leves sombras que se adivinaban rosadas en la luz empalagosa. Los muslos plenos, el leve bosque de su pubis apenas asomando. Su mirada fija y ansiosa, hambrienta.

Roberto sintió partirse en dos, dividido entre la tumescencia incipiente en su entrepierna y el dolor sordo en su pecho. La verdad es que esos momentos específicos eran los más difíciles de afrontar. 

Nuevamente, como la primera vez, estuvo a punto de avanzar, temiendo que otra vez la lámpara se apagara y Karla desapareciera en las sombras; y también temiendo que esta vez no lo hiciera. Una parte de él acaso sentía que si alguna vez llegaba a tocarla siquiera, el desaparecería con ella. Y otra parte quería desaparecer. No ayudaba que, en las tres semanas que salieron, nunca llegaran al sexo, no más allá de escarceos.


*



"El Hubiera no existe", dice el viejo adagio, y sigue siendo verdad; para otros, pensaba Roberto. Pero al fin llegó a la única explicación para sus visiones, después de descartar las más 'evidentes' patologías, la superstición y lo absurdo de todo. Muy Conan Doyle, pensaría Roberto con sorna en una vida anterior, o si aun le quedara algo de ironía adentro.

Oh, había buscado, googleado y escaneado y fotocopiado. Y nada. Pero la verdad era inescapable. Se evitó los exámenes médicos, y además no quería decirle a nadie que tenía alucinaciones que sabía que no lo eran. Y  con la verdad, Roberto supo, lo sintió en cada hueso y pesando en su cerebro y su razón:

Lo que veía era la posibilidad; todo lo que pudo ser y nunca sería.

El por qué, dejó de interesarle después de algunos meses.


*


Los créditos comenzaron a aparecer en un recuadro, a la derecha y abajo de la pantalla. El siguiente programa ya comenzaba en el resto de la superficie del aparato. Roberto apagó la pantalla, se estiró y fue al cuarto a ponerse sólo el pantalón de la piyama; se dejó puesta la camiseta que usó por la tarde. La noche refrescaba. Luego fue al baño y se cepilló los dientes.

Leyó algunas páginas de una novela que no lograba capturarlo realmente, hasta que sus párpados comenzaron a pesar. Apagó la luz del buró y se recostó de lado.

La mano tibia de Karla se posó sobre su espalda. Sintió el cuerpo cálido de su fallida pareja tras del suyo. Se durmió sin sueños en unos pocos segundos.


*


Finalmente se resignó a la incertidumbre de dónde vería el Nunca Jamás de nuevo, como a la lógica de su impredecible naturaleza. Al cabo, dejó de dolerle, excepto claro... Por supuesto que aun había uno que otro detalle que lo sorprendía un poco, cosas que jamás había considerado siquiera: Karla subida en una escalerilla que no tenía, cambiando una bombilla que no estaba descompuesta. Pintando sus uñas, sentada en la taza del baño, con una rodilla pegada al hombro y cómica cara de concentración. Pequeñas cosas que quizá para una pareja cualquiera serían anodinas o insignificantes. Pero incluso las sorpresas ya no eran tan sorprendentes en su frecuencia.


*


La siguiente mañana fue diferente, un poco. Era sábado y para variar no tenía que ir a trabajar ese día, así que el despertar fue inusual.

-"Deesordenéee... áaatomos tuyoos para hacerte... apareceeer... un día máaaas... uuun día máaas..." cantaba la voz de Karla en la ducha.

Las lágrimas se agolparon sin aviso en los ojos de Roberto y se deslizaron por el puente de su nariz y a través de la mejilla, hasta posarse en la almohada.

Esa escena sí la había imaginado alguna vez.

Después de todo, dicen, el Deseo es el origen del sufrimiento. Y los viejos solían decir: "Cuidado con lo que deseas, podría volverse realidad"...


FIN.




Foto de Bruno van der Kraan en Unsplash

martes, 9 de marzo de 2021

Cuarenta y nueve.

 "They say there's a Heaven for those who will wait

Some say it's better but I say it ain't

I'd rather laugh with the sinners than cry with the saints

The sinners are much more fun

You know that only the good die young".

Billy Joel.



Cuarenta y nueve.


Ah, estos días tan insospechados, tan insólitos, tan implosivos. Cómo se acercan mis Bodas de Oro con este pequeño paréntesis cósmico, hipo efímero en el Tiempo y en la Tierra.

El recuento anual un tanto ausente ante el azoro diario de estar vivo; sin sospechas, sin terrores ni fobias. Qué absurda paradoja; que dé igual un autobús sin frenos, un infarto o la exhalación asesina de un extraño o un amigo. Y sin embargo qué contantes y sonantes estos días y estos trescientos sesenta y cinco despertares al hilo. Aun a pesar del cerco que parece cerrarse y las noticias preocupantes sobre manos y ojos y rostros familiares y añorados.

Un tesoro perdido y otro conservado. Una mano amiga que se volvió puño, una voz entrañable que ahore es reproche. Y frente a mí también un rostro y una voz que derriten toda coraza; manos blancas que vuelan gaviotas sobre la tela y entre la niebla de los sueños que me permito tener. Sueños quizá sólo míos; estatua de hielo que aun no logro derretir.

Y aun están el sonido y el eco, tirando muros como en Jericó y torciéndome los labios hasta descubrir los dientes; flotando y rebotando, yendo y viniendo de un ángulo a los otros en un cuadrado cada vez más perfecto.

Hay dones, y hay regalos todavía. Y Dios, o la vida o lo que sea, no piden a cambio nada más que un día de vida cada vez. No podría negarme a ello aun si quisiera, pero el trueque no es injusto, y sí necesario.

La próxima vuelta al sol es incierta pero, ¿no ha sido siempre así? Tampoco sé si al final de la elipse estaré cansado, o triste, o si sabré tomar la luz y el calor y hacerlos de mi propiedad. De alguna manera, el sabroso suspenso es mayor pero también la incertidumbre; y ese gato verde de la Esperanza siempre está tan vivo como muerto. Pero está. Pero es. Y cincuenta-cincuenta nunca ha sido tan malo como suena.


Kanan Khasmammadov on Unsplash


viernes, 15 de mayo de 2020

Refuerzo Intermitente. Veintiún días.

"You trick your lovers
That you're wicked and divine
You may be a sinner
But your innocence is mine".
Muse, "Undisclosed Desires".



Refuerzo Intermitente.


Veintiún días de sonrisa  o de palabras buenas, de una voz que lava la sangre en el corazón.

Veintiuno, de regalo de tiempo detenido cuyas horas pasan sin pesar un gramo. Comida, o bebida, o risas intercaladas. Música eterna.

Veintiuno, de sueños color verde ocultos en pupilas cafés; riveteados de gris mañana, de gris ayer, de negro nunca.

Veintiún razones para guardar tu nombre en un cofre, con candados, con cadenas; y aun encontrarlo escapista, insinuado en las nubes y susurrado por el viento de las noches.

Noches, también veintiuna, de cerrar los ojos sin sueño y desear una cama menos amplia, menos vacía.

Veintiún analgésicos, como una sobredosis gradual.

Veintiún pasos sobre la cuerda de hilo de araña.

Veintiuno siempre por veintiún parasiempres.

Veintiún refuerzos intermitentes cayendo en cascada desde tu orgullo, herido por la esfinge del mío.

Veintiún caricias ocultas tras cada despedida.

Y siete días de silencios, de vacío en los ojos y en el pecho, de dudas cargadas en la espalda; siete pecados capitales como vivir jugando tennis con granadas de mano.

No podría amarte veintiún veces más.

Mas tampoco puedo contra esos siete enanos asesinos.




Photo by Jon Tyson on Unsplash