Si tomamos en cuenta que las cosas pueden cambiar de un día para el otro, ¿tiene caso realmente asombrarse del potencial de trescientos sesenta y cinco días continuos? Tengo que ser honesto, para variar, y decir que "no lo sé".
Es muy común que en estos dieciocho o veinte días, entre el Cumpleaños del Calendario y El-Del-Que-Escribe, el ánimo derrape hacia la reflexión. Y quizá "derrapar" sea un verbo muy apropiado, porque amenaza siempre con hacer el curso de las cosas un tanto perdedizo. Como sea, son veinte días en que no soy yo del todo, aunque tal vez, en realidad soy más yo que nunca. Aquellos para los que "soledad" no es necesariamente uno de los apodos del Coco, somos así regularmente, qué se le va a hacer. "Egoísmo" tampoco equivale a soltar un taco para nosotros.
Pero sucede que, como se dice, a tres años del tostón; y en momentos de especial vulnerabilidad -esa sí es una majadería, a pesar de esos momentos de guácala-qué-rico-, es inevitable hacer inventario. Y siempre se me han dado mal los inventarios, las matemáticas y las estadísticas. Hacer un balance de pérdidas y ganancias casi nunca sale bien, porque lo que la Vida/Karma/Causalidad/Azar, -o como se llame a sí misma esta semana-, te da y te quita, es exhasperantemente subjetivo, ¿me equivoco?
En algún lugar leí eso de "no mirar atrás si quieres volver". Pero también, a veces es bueno suspender los pasos y volver la cabeza, apreciar la distancia recorrida y despedirse de lo que, o quienes, ya no estarán ahí. Llorar lo perdido y amar lo que conservas más que nunca. En lo personal, yo no puedo evitar hacerlo, con cada año más que consigo, que es a la vez otro menos que viviré.
Y es que pasan una o dos cosas con el Tiempo, al parecer, mientras envejeces; el toma y daca parece más rápido, ¿no es cierto? Los familiares se van, los amigos cambian de lugar y de forma de ser. Pierdes las ilusiones de toda una vida y encuentras un alma nueva que explorar, y por qué no, quizá tratar de enamorarte aunque te cueste la cordura. Reniegas de aquello que tanto celaste, sea tu razón o tu amor propio, o el eco de tu casa medio vacía que tanto amaste.
Y todo eso va y viene en las olas de los días, trescientas sesenta y cinco veces.
Y quizá, en esas noches interminables en que desearías que el calor de las mantas fuera más compartido, te desvelas medio escuchando un murmullo, una voz furtiva que dice que el Tiempo está goteando cada vez más rápido, o que tus huesos y músculos ya no reaccionan igual que antes, no digamos el corazón.