Gustavo y Daniel.
Ojos de Madera.
Miro atento, en caso de que el espejo me muestre de nuevo el que fui. Me he perdido tanto y en tantos lugares; me espero en el reflejo de todos los días, ansioso de volverme a ver.
¿Cuándo me volví este otro? ¿Hace cuánto se decoloraron realmente mis iris; cuándo se instaló este cansancio en mi cara? Perdí el momento en que mi ceño cayó; perdidos los días entre todo lo demás perdido.Y entonces espero mi regreso.
Y vigilo atento, por el retorno de la sonrisa torcida pero más honesta; por la luz atenuada en los vitrales de mis ojos y las marcas de los amores idos que me enseñaron a llorar por amor.
Los rasgos son los mismos, y la asimetría sigue siendo la misma, pero no soy yo el que veo, no completo; no todo el que fui. Algo falta. Como si una especie de luz hubiera conseguido escapar al hoyo negro de la pupila.
Falta una chispa o una esperanza; falta algo que tenía; o di, u olvidé, o se llevaron de mí. Quizá los posibles ecos futuros de algo que casi fue.
Como sea, tarda en llegar, ya demasiado.
Y es tal vez otra lección que aprendí, o un recuerdo sobre los labios; o palabras que no fueron suficientes, o que no volvieron a mí.
Como sea, no lo encuentro ahí. No soy yo quien me mira; no soy nadie que reconozca.
Así que miro atento mi reflejo, esperando saludarme de nuevo y verme con la misma poca gracia; con la ternura siempre oculta; con el cinismo pendiente de las comisuras; con la tristeza cristalizada colgando de las pestañas.
Ser los ojos fríos de madera, deflectores, indemnes. La nariz roja de tanto apuntar al suelo. Los labios insensibles, vedados al beso. El monstruo alegre que era, antes de esta bestia triste y malherida.
¿En dónde estoy, como era antes?