miércoles, 23 de agosto de 2023

 

"These precious things, let them bleed, let them wash away...". Tori Amos.



Pequeñas Cosas.


Abrió los ojos lentamente, después del tercer timbre del despertador de su smartphone. La sonora barahúnda en la cocina le llegó después. Cerró los ojos lentamente, tomando fuerzas para levantarse.

Se encaminó al cuarto de baño, descalzo, en ropa interior y camiseta. Karla llevaba lo mismo, sólo una camiseta y panties. Mientras revolvía los huevos con la pala, volteó a mirarlo y sonrió dulcemente; los huevos sisearon en la sartén. Roberto no le correspondió la sonrisa. Entró al baño y orinó copiosamente. Al salir apenas miró hacia la cocina vacía.


*


Respiraba agitadamente, las manos crispadas contra el pecho. Un dolor de cabeza comenzaba a forjarse en sus sienes. ¿Estaba enloqueciendo? Miró de nuevo hacia la pequeña sala de su departamento. Todo normal, como siempre. Con el mismo aspecto. Karla no estaba, se había desvanecido, o jamás había estado ahí; obviamente, porque eso no era posible. Se recostó contra la puerta de la habitación, tras el muro, esperando que su corazón redujera el ritmo enloquecido; dando la bienvenida a la ligera jaqueca porque era algo real en ese imposible momento. Sabía lo que vió, pero no entendía por qué lo había visto. Con morboso valor, se asomó como un niño que atisba bajo la cama esperando no ver al Coco. No había nadie, como siempre.

Esa fue la primera vez que vió.


*


Quince para las diez; Roberto guardó el archivo en que trabajó, una vez más, para evitar accidentes -aunque sabía que algunos eran inevitables, y vaya-, y buscó en su mochila el tupper con su desayuno. El de verdad.

El smartphone vibró primero, luego zumbó apremiante sobre la cubierta del escritorio. Roberto lo miró con aprensión, aun más que la normal. Sabía lo que encontraría. 'Karla', decía en la pantalla en modo oscuro. Tal vez lo llamaba para pasar por algún encargo, como hacía a veces; o simplemente para 'oír su voz' y desearle bonito día entre otras frases melosas.

Roberto situó la punta del dedo sobre el círculo rojo y rechazó la llamada como hacía siempre desde hace tiempo.

Sabía que después de unos segundos, no habría nada registrado entre las llamadas perdidas.

Como siempre.


*


Respiró hondo, y marcó el número, que ni siquiera sabía por qué conservaba. Sólo... sólo tenía que saber, aun con la certeza de que se estaba comportando como un supersticioso estúpido. Tenía miedo de que nadie contestara; de que la compañía telefónica le avisara con una grabación que la línea ya no existía; que el celular de Karla sonara interminablemente dentro de una zanja, o que no lo hiciera porque estaba en el fondo de una alcantarilla con su cuerpo. O peor aun, que Karla le contestara a pesar de no deber poder hacerlo...

-¿Hola?

-Ah, uhm, hola... ¿Karla? Soy... soy Roberto.

Dos segundos de silencio.

-Ah. Roberto... ¿cómo estás?

-¡Bien! Yo... este... bueno, yo sólo...

Una pausa incómoda.

-¿Por qué llamas, Roberto? Yo no puedo...

- Sólo...- la interrumpió, o más bien aprovechó la pausa que sonó levemente exhasperada-, sólo quería saber si... si estás bien. Sentí... sentí algo raro hoy y... no sé, estoy preocupado.

Otros dos segundos silenciosos. Quizá fueron tres.

-Sí. Estoy bien. Te agradezco que te preocupes, pero... pero no me llames más, por favor. Tampoco para mí es fácil... y yo ya no...

-Sí. Sí, lo sé- la interrumpió de nuevo-. Es que sólo te... ('te ví en mi ventana al regresar de la tienda, y hasta te levantaste la blusa muerta de risa...'), mira, solamente quería saber si estás bien. Es todo. Oye, gracias por contestarme... A-adiós. Cuídate-.

Click.

No volvió a llamarla jamás. A pesar de todo.


*


Una vez más aferró el volante con fuerza, pero ya acostumbrado a darse cuenta que se había desviado otra vez -sólo un poco, en realidad-, del camino a casa.

No era mucho problema en realidad, sólo había interferido una vez, cuando se dió cuenta que llegaba a la casa y ella esperaba arreglada como si fuera a la reunión de esa noche con él. Pero por ejemplo, jamás le sucedió en una de sus escasas citas románticas, por suerte (¿o a propósito?).

Al igual que entonces, pasó de largo, y Karla, que le había sonreído con una bolsa de compras a cuestas y saludando vigorosamente, no se veía ya por el retrovisor.

Rectificó el rumbo y fue a casa.


*


Fue un momento parecido a este, donde comprendió lo que estaba sucediendo en realidad. El shock fue tremendo entonces, y hasta se rió como loco un par de horas después. Era absurdo, pero también tan doloroso. Roberto solía reírse de lo que lo lastimaba o le daba miedo. A veces podría ponerse un poco pesado con ello, y jamás supo que Karla secretamente odió eso de él, al menos cerca del final de su magro mes de relación. Pero Roberto no podía evitarlo, era su mecanismo de defensa favorito, y le servía.

Por supuesto, momentos así ya no lo hacían reír ahora; aunque para todo lo demás sí conservara el humor listo y al punto.

La voz -'la voz de Karla'-, llamó suavemente y ronca, ronroneante de hecho, desde la habitación donde únicamente la lámpara del buró iluminaba. Sin poder evitarlo, y él se odiaba a sí mismo por ello, Roberto se paró en el umbral del cuarto.

La luz tenue pintaba su cuerpo desnudo en claroscuros. Sus pechos medianos, los pezones leves sombras que se adivinaban rosadas en la luz empalagosa. Los muslos plenos, el leve bosque de su pubis apenas asomando. Su mirada fija y ansiosa, hambrienta.

Roberto sintió partirse en dos, dividido entre la tumescencia incipiente en su entrepierna y el dolor sordo en su pecho. La verdad es que esos momentos específicos eran los más difíciles de afrontar. 

Nuevamente, como la primera vez, estuvo a punto de avanzar, temiendo que otra vez la lámpara se apagara y Karla desapareciera en las sombras; y también temiendo que esta vez no lo hiciera. Una parte de él acaso sentía que si alguna vez llegaba a tocarla siquiera, el desaparecería con ella. Y otra parte quería desaparecer. No ayudaba que, en las tres semanas que salieron, nunca llegaran al sexo, no más allá de escarceos.


*



"El Hubiera no existe", dice el viejo adagio, y sigue siendo verdad; para otros, pensaba Roberto. Pero al fin llegó a la única explicación para sus visiones, después de descartar las más 'evidentes' patologías, la superstición y lo absurdo de todo. Muy Conan Doyle, pensaría Roberto con sorna en una vida anterior, o si aun le quedara algo de ironía adentro.

Oh, había buscado, googleado y escaneado y fotocopiado. Y nada. Pero la verdad era inescapable. Se evitó los exámenes médicos, y además no quería decirle a nadie que tenía alucinaciones que sabía que no lo eran. Y  con la verdad, Roberto supo, lo sintió en cada hueso y pesando en su cerebro y su razón:

Lo que veía era la posibilidad; todo lo que pudo ser y nunca sería.

El por qué, dejó de interesarle después de algunos meses.


*


Los créditos comenzaron a aparecer en un recuadro, a la derecha y abajo de la pantalla. El siguiente programa ya comenzaba en el resto de la superficie del aparato. Roberto apagó la pantalla, se estiró y fue al cuarto a ponerse sólo el pantalón de la piyama; se dejó puesta la camiseta que usó por la tarde. La noche refrescaba. Luego fue al baño y se cepilló los dientes.

Leyó algunas páginas de una novela que no lograba capturarlo realmente, hasta que sus párpados comenzaron a pesar. Apagó la luz del buró y se recostó de lado.

La mano tibia de Karla se posó sobre su espalda. Sintió el cuerpo cálido de su fallida pareja tras del suyo. Se durmió sin sueños en unos pocos segundos.


*


Finalmente se resignó a la incertidumbre de dónde vería el Nunca Jamás de nuevo, como a la lógica de su impredecible naturaleza. Al cabo, dejó de dolerle, excepto claro... Por supuesto que aun había uno que otro detalle que lo sorprendía un poco, cosas que jamás había considerado siquiera: Karla subida en una escalerilla que no tenía, cambiando una bombilla que no estaba descompuesta. Pintando sus uñas, sentada en la taza del baño, con una rodilla pegada al hombro y cómica cara de concentración. Pequeñas cosas que quizá para una pareja cualquiera serían anodinas o insignificantes. Pero incluso las sorpresas ya no eran tan sorprendentes en su frecuencia.


*


La siguiente mañana fue diferente, un poco. Era sábado y para variar no tenía que ir a trabajar ese día, así que el despertar fue inusual.

-"Deesordenéee... áaatomos tuyoos para hacerte... apareceeer... un día máaaas... uuun día máaas..." cantaba la voz de Karla en la ducha.

Las lágrimas se agolparon sin aviso en los ojos de Roberto y se deslizaron por el puente de su nariz y a través de la mejilla, hasta posarse en la almohada.

Esa escena sí la había imaginado alguna vez.

Después de todo, dicen, el Deseo es el origen del sufrimiento. Y los viejos solían decir: "Cuidado con lo que deseas, podría volverse realidad"...


FIN.




Foto de Bruno van der Kraan en Unsplash