"I turn my back to the wind
to catch my breath
before I start off again..."
Rush. Time stand still.
Cincuenta y dos.
Dìas de apender. Solo, pero no solitario. Días de timbres y campanas silenciosos; soy llegado a mis propias orillas, con todos los nombres en la punta de la lengua.
Algunas rudas lecciones; con la desconfianza zumbando y la lucecita en standby. El lustro quedó colgante por un único cabo, y el recuento es positivo con casi todos los números en negro; salpicado de escarlata tal vez sólo por añadir color. O acaso sea un poco de sangre fugitiva.
Es invierno aun y los años son copos de nieve apilados sugiriendo formas; y hay un miedo nuevo a que ya quede más atrás que por venir.
La Música suena diferente.
Los días vuelven a parecerse entre sí.
Promesas transparentes revolotean en la visión periférica. Terco y tranquilo, recorro viejos laberintos con ojos de camaleón; el horizonte esparce auroras y espejismos que cantan como sirenas.
Pronto, pero no aun.
Necesito más hierro y más hueso.
Tengo trescientos sesenta y cinco días para dar la vuelta al Mundo. Mañana, igual que ayer, no importa mucho; ya no tengo tiempo para esperar.
¿Habrá más islas? ¿Habrá realmente tierras por explorar, y las que extraño seguirán ahí? El camino se acorta y aun hay tantas canciones por tocar...
Así que: Contrito. Arisco. Perdido, como púa de guitarra. Cambiar de piel implica ser vulnerable y estar húmedo. Así que, ¿qué más da, otro pequeño desliz egoísta en esta particular tormenta-en-un-vaso? Hoy soy sólo mío y de nadie más; quizá mañana me vuelva a abandonar a mí mismo. Nada importa hasta que este día acabe. Mientras, comienzo a rogar en silencio que siga habiendo más noches.
Foto de Diego Jimenez en Unsplash