(Días Innumerables).
I
Bienvenido sea el ciclo,
maldito sea yo.
Cómo voy a negar que extrañaba
este aire lleno de tu ausencia,
esta robusta esperanza
en cosas que ya no existen,
nuestro romance de cómic.
Excepto que ahora sí veo
-dolly out, zoom out-
la distancia real,
todas las veinte millas.
¿Y qué más hay en existencia
que fumarme la resignación
y olvidar el verbo coraza
cada vez que te haces carne?
II
Voy a guardar el calor entre las hojas de un libro,
y a desear que sientas frío donde estás.
Abreviaré los sorbos de tiempo que pueda tomar,
para después beberlo contigo sin prisa.
Voy a ignorar tu silencio y a untarlo con paciencia
en honor de tu felino ronroneo.
Ignoraré el dolor de mis brazos y el ardor de mis manos,
y la indeleble memoria de tu boca…
Voy a tatuar tu nombre en mi paladar y saborearlo,
y así convertir mis murmullos en verdades.
Y aunque se que volverás otra vez otra,
sabes que tengo listos los disfraces.
Pero no voy a ensuciar mis rodillas,
no voy a juntar mis manos sin ti entre ellas…
Si no vuelves, no vuelvas;
ni vuelvas a volver.
III
Pongo los dedos de mi obstinación
sobre los labios y los recuerdos;
que tu lengua de vainilla contenga
lo que ya se de nuestros días.
IV
(Sinoepíteto)
Odio tu ausencia con
10,000 kilowatts de puro cinismo.
Odio el fuego de magnesio,
la ventana vacía, tu fuga de hada.
Odio mis brazos tan cortos
ymi hombría tardía diluída en razones.
Odio cada piel que no es la tuya,
te quiero a ti,
te deseo
a
ti.
Chingao.
V
Mientras la herida se abre
me pregunto –sin renuencia-
dónde fue el oxígeno
y dónde el aire.
Qué pasó con la luz
de tu voz suspensión:
vacío en mis oídos,
campanas tubulares para la retina.
¿Dove are vous, liebchen?
¿En qué cama recuperas el aliento,
o qué café bebe de tu azúcar?
Yo aquí, jugando a Edipo El Esfinge…
Y me pregunto sin renuencia
cuánto pides por mi silencio,
qué tanto codicias mi inerte piel,
cómo extrañas lo que no te prometí.
En mi centro concentras
lo que el aire usurpó tras de ti,
tiempo el virus del alma,
y ahora soy portador y vector.
En tanto, pues, la carne se abre
déjame paganizarte
Señora de La Verdad,
Santa Katyushka del Segundo Perdido.
En los minutos lánguidos,
en este mar de tu ausencia,
aun renuentemente
me pregunto si me amas.