viernes, 3 de febrero de 2017

Cinco años sin Judith.

Judith


   
    Desde que no estás el sentido de todo significa otra cosa. No tengo suficientes corazones donde poner todo lo que dejaste dentro de mí.
   
    Y no es necesario esforzarme mucho para verte flotando en memorias, pero a veces mis manos duelen en las palmas porque extrañan sentir tu rostro, a veces mis brazos se sienten demasiado largos y vacíos y el pecho se me hiela, porque ya no te puedo abrazar.
    
    He tenido que convertirme en muchos otros diferentes desde que no estás; aunque a fin de cuentas sea el mismo, imperfecto y algo socarrón; el mismo hijo que no podía siquiera imaginar el tamaño de la deuda contraída contigo, el mismo niño que sigue necesitando a su mamá. He cambiado porque sin tí el mundo y Dios y yo mismo somos otra cosa.
   
    Ver tu nombre escrito en el mármol, en papel, donde sea, es confuso. Porque es tu nombre, el de siempre; dice a la vez que estás aquí pero que te fuiste, porque la vida fluye en un sentido y en todos y en ninguno.
   
    Hay cosas inmutables, como fines con principios, y hay cosas infinitas. Tu amor y sacrificio y tu valentía discreta hacen de tu recuerdo lo inmortal, Judith.
  
   Te extraño; con sonrisas, con rabia, con dolor y cariño; te extraño con todo. Nunca dejaré de necesitarte; sin tí los golpes duelen más, las gripas son más largas, la soledad más espesa, los obstáculos más difíciles.

    Saber que yo te tuve tanto como tú me tuviste a mí es sin embargo motor suficiente; esa fuerza mañosa que nos hace andar -te hizo a tí, me hace a mí ahora-, a pesar de todo y precisamente por ello. La vida fluye en un sentido, y en todos, y en ninguno.

    Desde que no estás he tenido que aprender a vivir con y en tu ausencia, y por tu causa y por tu culpa, y con la mía. Pero también te sigo oyendo cantando quedito; y nos sonreímos en sueños a veces; y aun nos tenemos uno al otro; y aun nos hacemos reír y enojar. Aun eres mi Mamá.

    Te quiero, Judith.




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