Desde que no estás el sentido de todo significa otra cosa. No tengo suficientes corazones donde poner todo lo que dejaste dentro de mí.
Y no es necesario esforzarme mucho para verte flotando en memorias, pero a veces mis manos duelen en las palmas porque extrañan sentir tu rostro, a veces mis brazos se sienten demasiado largos y vacíos y el pecho se me hiela, porque ya no te puedo abrazar.
He tenido que convertirme en muchos otros diferentes desde que no estás; aunque a fin de cuentas sea el mismo, imperfecto y algo socarrón; el mismo hijo que no podía siquiera imaginar el tamaño de la deuda contraída contigo, el mismo niño que sigue necesitando a su mamá. He cambiado porque sin tí el mundo y Dios y yo mismo somos otra cosa.
Ver tu nombre escrito en el mármol, en papel, donde sea, es confuso. Porque es tu nombre, el de siempre; dice a la vez que estás aquí pero que te fuiste, porque la vida fluye en un sentido y en todos y en ninguno.
Hay cosas inmutables, como fines con principios, y hay cosas infinitas. Tu amor y sacrificio y tu valentía discreta hacen de tu recuerdo lo inmortal, Judith.
Te extraño; con sonrisas, con rabia, con dolor y cariño; te extraño con todo. Nunca dejaré de necesitarte; sin tí los golpes duelen más, las gripas son más largas, la soledad más espesa, los obstáculos más difíciles.
Saber que yo te tuve tanto como tú me tuviste a mí es sin embargo motor suficiente; esa fuerza mañosa que nos hace andar -te hizo a tí, me hace a mí ahora-, a pesar de todo y precisamente por ello. La vida fluye en un sentido, y en todos, y en ninguno.
Desde que no estás he tenido que aprender a vivir con y en tu ausencia, y por tu causa y por tu culpa, y con la mía. Pero también te sigo oyendo cantando quedito; y nos sonreímos en sueños a veces; y aun nos tenemos uno al otro; y aun nos hacemos reír y enojar. Aun eres mi Mamá.
Te quiero, Judith.
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