viernes, 24 de noviembre de 2017

Al Fin. Una hoja cada vez menos blanca.



Al Fin.


    Las horas ondulan y oscilan; los días caminan en una frecuencia ajena, modulada por las pausas inútiles. Y yo sigo esperando a las palabras.

    Al cabo llega este momento, este resuello que quizá contenga más sueños que el Sueño mismo; o mejor dicho, la parodia de él que me desmaya en la nonata madrugada.

    Es una calma robada, la expropiación de mi voz; una brazada exhausta regada con té verde y pacificada con sorbos obstinados de nicotina. Remanso. Promesa incoherente. Tantos días sin palabras...

    Es dejar de vivir en presente imperfecto y soñar, continuando la ignición de la muerte deseada.

    Qué bueno es este momento para el alma, y qué miedo dio el temor a que no ocurriera otra vez, que las historias dejaran de suceder.

    Pero mira: más palabras garabateadas con leve lascivia; fluyendo hacia uno, o seis, incluso diez momentos únicos en otros ojos.

    La Media Noche llama al fin de otro estertor, otra convulsión de exhasperante inutilidad. Sin embargo, éste muere sonriendo, tatuado con pequeñas grecas de placer sardónico y necio; una rebelión al cansancio, al presente inane y al futuro timorato y titubeante.

    No hay nada más que este puñado de minutos; su importancia se diluye en la tinta y se fragua en esta hoja cada vez menos blanca. Su relevancia es por supuesto irrelevante.

    Pero las palabras al fin han llegado. Ahora puedo dormir.




Photo by Alexa Mazzarello on Unsplash

viernes, 3 de noviembre de 2017

Página #200. Gotas por miríadas.


Página #200.

    Hace doscientas páginas mis manos se aferraron a esta pequeña tabla azul, en pleno naufragio. Quizá es verdad, por cierto, que existen cosas que no desaparecen, sólo se transforman. Lo que antes fue árbol y madera ahora son cien hojas más o menos llenas de otra clase de vida, de una especie de muerte. En ellas, de una manera extraña o quizá solamente distinta, yo conservé un poco de vida.

    También me ayudó a hallar cordura después de uno de esos accidentes, de ésos en que apenas escapas con las entrañas intactas y que ocurren mayormente de adentro hacia afuera.

    Me guarda, de momento, el único sueño que me he permitido conservar. Contiene uno o dos enojos, tres o cuatro miedos. Perdida entre varios miles, la palabra que más me cuesta decir, quizá porque nunca la he escuchado, quizá porque nadie me la ha dicho.

    En estas páginas, entre mil y un renglones, hay gotas por miríadas: de tinta, de sudor, de sangre. De mí.

    Hay aforismos pedantes; hay historias de ingenua malicia; de triste lascivia; de tímida esperanza; de amor desesperado; de dulce desesperación.

    Los renglones ya escasean.

    Me preocupa saber por cuánto tiempo más la tinta será legible; por cuánto tiempo podré ser capaz de leerlas. No ha dado tantas vueltas el mundo desde la primera página manchada. Ignoro si he crecido en alguna manera. Sé, siento, que he envejecido un poco. Y aun así, me estoy despidiendo de un cuaderno, agradecido como el más tonto sentimental, casi hasta el punto de la nacionalidad Escocesa.

    Ni hablar: esta enfermedad es incurable. Ojalá me muera de escribir, o escribiendo.




Photo by Aaron Burden on Unsplash