Al Fin.
Las horas ondulan y oscilan; los días caminan en una frecuencia ajena, modulada por las pausas inútiles. Y yo sigo esperando a las palabras.
Al cabo llega este momento, este resuello que quizá contenga más sueños que el Sueño mismo; o mejor dicho, la parodia de él que me desmaya en la nonata madrugada.
Es una calma robada, la expropiación de mi voz; una brazada exhausta regada con té verde y pacificada con sorbos obstinados de nicotina. Remanso. Promesa incoherente. Tantos días sin palabras...
Es dejar de vivir en presente imperfecto y soñar, continuando la ignición de la muerte deseada.
Qué bueno es este momento para el alma, y qué miedo dio el temor a que no ocurriera otra vez, que las historias dejaran de suceder.
Pero mira: más palabras garabateadas con leve lascivia; fluyendo hacia uno, o seis, incluso diez momentos únicos en otros ojos.
La Media Noche llama al fin de otro estertor, otra convulsión de exhasperante inutilidad. Sin embargo, éste muere sonriendo, tatuado con pequeñas grecas de placer sardónico y necio; una rebelión al cansancio, al presente inane y al futuro timorato y titubeante.
No hay nada más que este puñado de minutos; su importancia se diluye en la tinta y se fragua en esta hoja cada vez menos blanca. Su relevancia es por supuesto irrelevante.
Pero las palabras al fin han llegado. Ahora puedo dormir.