Es un solo segundo. Un instante que crea universos, que bifurca las corrientes del tiempo en infinita trama. En un segundo optas por todo o por nada, y todo sigue o para.
Quizá sólo es el ardor en la garganta, o el cansancio del día uniéndose al de las semanas y expandiéndose hacia atrás en cada cuadro del calendario.
También puede ser el tacto frío de los barrotes en tus manos, en una cárcel con nombre bonito. O el viejo vacío en el centro, que usualmente solo te resta peso; pero a veces es el sacrificio a una diosa demente. Ese vacío que a veces clama por la piedad de una piel, de un cuerpo entre los brazos y una voz que te diga para qué o quién respiras.
Tal vez es asimismo el mirar el horizonte y ver las promesas hechas a ti mismo disolviéndose en la luz; siendo, cada vez más, los fantasmas de lo que creíste poder ser.
Como sea, puede o no suceder que aparezca una sombra en la comisura de tus ojos; que en tu garganta infectada se aglutine un pensamiento furtivo. Casi puedes ver el futuro, con ansia y aprensión mezcladas.
Puede ser precisamente como una infección: empieza con la mínima lesión, un corte de papel en el ánimo. El virus con nombre viperino entra y quiere crecer. Sube a tu cansancio. Mira desde ahí, lascivo y ambicioso a ese paréntesis de ti, que es la suma de las noches en silencio. Sabe que a veces, los hilos de los que pendes son frágiles y están tensos. El virus se lame los labios, y tú te vas a la cama sin desear pensar en nunca dejar de descansar. Pero deseándolo secretamente.
Momentos antes del amanecer, ya estás en la ducha; después te vistes. Quizá tomas un café. Sales. Conduces. Trabajas. Tus nervios se tensan a cada vuelta del potro cotidiano; autos atronando con saña, una voz infantil preguntando lo mismo una y otra vez, en inocente impiedad; todo se acumula. Los dolores nuevos en tu cuerpo en decadencia glaciar. Las brechas entre ti y aquellos que viven contigo. La sequía de próximas historias y el apremio de que ese sea el vehículo que transporte tu fuga. La insensatez de no ser.
Sigues así, continúas; el segundo en que no paraste, ya olvidado. Día tras día ignorando el misterio de tu supervivencia, de tu tozudez, de tu llama de fénix miniatura. Continúas, sin saber por qué, para qué. Hasta que puedes robar momentos para ti. Burbujas cronológicas para cantar, para reírte de lo más tonto; para hurtar palabras a la locura; para soñar despierto con ojos, con cuerpos y voces, y esa ternura que no te quiere.
Acaso sea eso de lo que está hecho ESE segundo. El único y particular en el que decides que vives, y no mueres.