viernes, 10 de agosto de 2018

Ido A Morir. El Cielo y el Agua.

Ido A Morir.

    El mar es una sábana bajo la cual duerme el mundo. Y es un ritmo imperecedero, todopoderoso en su sincopado rumor. Sin dejar de usar mis ropajes de pretensión humana, me arrodillo ante él; humillado, ínfimo, contemplo su virtual eternidad y me siento apropiada molécula de vida.

    Seis, siete barcos hacen las veces de nueces microscópicas en el pequeño charco cósmico; una noche lluviosa los difumina con su aliento de niebla. Este balcón es un buen lugar para hacer lo que, de súbito, sé que he venido a hacer. Es un buen rincón en el mundo para morir, otra vez. Y eso es lo que hago.

    Caen de mí las capas de vida inservible. El vapor de quien soy se desvanece en el sudor, el aire lo inhala y toma de él lo que vine a darle, a su vez otorgándome otro olor sutil, que ningún ojo podrá percibir. Así como el aroma a bosque de otras muertes anteriores, hoy estoy pleno de humedad y sal, de bruma temprana y sol desvergonzado; de arena tamizada en el tiempo y la marea; de la vida invisible bajo el manto interminable de agua primigenia. Mis canas son ahora espuma, y mi sudor, agua salada.

    Ayer mis pupilas se abrían tratando en vano de mirar en la negrura del cielo y el agua unidos. Hoy nuevamente despierto al ruido y el olor de siempre y de la tierra que me engendró; al asfalto y el humo y el rumor estúpido, bovino y entrañable de la ciudad. Vivo, como siempre, aislado de todo y todos y a veces de mí mismo. Un pez en un mar de gris y verde coral. Pero más ligero que antes.

    Pues he ido a morir frente al océano, y a ofrecerle el tributo de mi vida, antes que mis manos dejen de tocarla. Hube de morir nuevamente, como quizá lo haga más tarde en un bosque o un río lejanos, para poder hacer más vida en este laberinto de ladrillo y vidrio y acero recalentado que es el hogar que amo.




Photo by Patrick Fore on Unsplash

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