Apenas puedo esquivar el golpe de tu mirada. La historia que cuenta, en un tiempo sólo tuyo que es parte del misterio de ti. Lloraría por ti si pudiera, tomaría tu dolor si fuera para evitártelo; aun si ello hubiera supuesto no besarte jamás, o significara que el mundo no hubiera girado en sentido contrario por ti, para mí.
Crece en mi pecho una bola de algodón; mirando tu mirada, ansiando acariciar la seda y la nieve de tu rostro. Extrañándote como si fueras oxígeno y yo me ahogara. Refugiándome en la memoria, toda ella; negándome al mundo que ha vuelto a cambiar lentamente. Sintiendo mis pupilas dilatarse al pensar en ti.
Río culpable sin embargo, sabiendo que al mirarte mirando es tu pasado el que veo, el miedo de ayer; un paréntesis de dolor en tu vida que jamás podré sujetar entre mis manos.
Porque en seguida pienso, y sé; el regalo que sería mirarte mirándome así cada mañana. Y pienso, y sé; que quiero dar todo respiro y todo latido, todas las horas y días y noches, y lo demás que pueda poseer, por una sola de esas mañanas.
Algo se rompe dentro.
Y te extraño como si fueras agua, como si fueras luz.
Me duelen los dedos de querer tocarte. Me duele también el sueño vacío; cómo eres el último pensamiento antes de él.
No puedo hacer más que mirarte, mirándome. A pesar de saber que no estuve ahí.
Tal como ahora.