Ayer me senté a pensar y miré un mapa de mis días. Y lo que vi fue un saco lleno a la mitad; empecé a contar todo lo que no estaba ahí. Lo que sí, ya lo conozco y lo agradezco en mi azorada pequeñez.
Pero en el vacío había demasiados años de mansa dignidad.
Mucha culpa de haber sido llamado a pisar la Tierra sin permiso de Dios.
Tanta ausencia de la mano fuerte, de la voz grave, de la barba que hace cosquillas al besar.
Tantos monstruos y miedos que aun murmuran donde las lámparas no están. Aun cuando ahora bebamos juntos.
Demasiadas cosas fuera de mis manos ansiosas y lejos de mi tiempo, mis meses y segundos.
Ecos y sueños y fantasmas de risas que nunca fueron para mí; besos que jamás llegaron; gemidos y susurros que para siempre me fueron negados.
Los años o lustros o décadas que extrañaré el amor más grande, la miel de sus ojos pequeños que aun brillan en la humedad de los míos.
Y aun más, y aun menos:
Todos los nombres amargos con que llamé al espejo.
La lástima en los otros ojos; incluso el desprecio inconsciente, mal fingido.
El veneno que bebo y trago cuando me sonrío.
El tiempo egoísta que no puede ser.
El adiós silencioso de quien quise amar.
Media bolsa de vida llena de nada, urgiendo al puño y al gruñido inminentes.
Porque viene la lluvia y con ella el diluvio; y tengo que luchar a muerte con el viento. Necesito llenar la bolsa con piedras del camino; con ácido de mi saliva; con lava hirviendo de mis ojos.
La voy a llenar con ladridos y mordidas, y abrazos posesivos de celo y codicia; regresando la lástima y lamentando la estupidez; reemplazando las ausencias con mis posesiones y fetiches y obsesiones. Diciendo "tú" y "nosotros", cada vez diciendo Yo.
Y nadie más está invitado, si no quiere venir.
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