El Hombre que Cambió su Corazón por una Pieza de Maquinaria.
Los párpados al cabo dieron paso a la luz, y al principio casi nada fue diferente. Luego vió el mundo como deseó verlo desde hacía tiempo. Por un momento casi creyó que sentiría alegría, pero inmediatamente reconoció la Satisfacción por lo que era. Lo cual indicaba que su inversión se había justificado; la operación había funcionado.
Con curiosidad, observó que las sensaciones eran relativamente normales; supo que más tarde sentiría dolor, pero físico; en lugar de esa presencia, como una protuberancia en el pecho, más que la realidad de la herida y la costura. Con casi idéntica satisfacción -pero no-, reconoció la acción eficaz de los analgésicos. Ahora todo era esperar. La vida, el futuro serían mejores, lógicamente. Nada se interpondría a la Paz absoluta que deseó, y que ya no deseaba. "Qué zen", pensó. "He eliminado el Deseo, y por tanto la Insatisfacción".
Satisfacción, sí. En otro tiempo, esto le habría hecho gracia. Pero ahora, apropiadamente, no podía sentir nada.
*
La convalescencia fue sorprendentemente rápida. Fue como si no tuviera nada más que hacer que volver a su vida, y así era, pero sería mejor. Lo intuía con una certeza fría, incólume. Claro que paladear las nuevas sensaciones fue parte de ello. Sabía que era imposible que deseara regresar al mundo; lo que sentía era más curiosidad intelectual que otra cosa. El médico que había accedido a operarlo estaba fascinado con el caso, y le ofreció hacer un seguimiento sin recibir honorarios. Accedió, pero quedó claro que eso no podía importarle menos. El rostro inmutable del paciente incomodó al cirujano inesperadamente.
Las enfermeras que lo atendieron sabían de eso, y tras su atenta sonrisa al despedirse de él, se veía algo similar al miedo o la repulsión. Algo estaba ausente en aquellos ojos comunes y corrientes. Sólo una de ellas sabía bien en qué consistía su caso, pero eso no le impedía sentir escalofríos al dejar la habitación. Estar ahí no era muy diferente de la morgue.
*
Siempre existió el riesgo de un rechazo, alguna reacción al cuerpo extraño, alguna complicación inesperada. No hubo nada, ni miedo siquiera. Sabía muy bien, y lo aceptaba así; que no habría marcha atrás, aun si fuera eso posible. Nunca volvería a ello: a la soledad, a la certeza de su aislamiento. Descubrió que ni siquiera las recordaba bien, a ninguna de ellas; ahora todo lo que era, era un ser de razón, y la razón dictaba que la memoria sólo servía para las cosas importantes. Complacido, o mejor dicho, Congruente; observó que en su resolución de vivir así o no seguir viviendo en absoluto no había miedo ni rencor. Todo era Causa y Consecuencia, una opción o la otra; un excelso código binario sin indecisiones, sin múltiples opciones ni posibilidades reales de fallo concebibles.
Así pasó los meses, complacido pero en realidad sólo conforme; nada más ni nada menos que lo esperado. Incluso la idea clarísima e inadulterada de esa conformidad no le producía más que una aun mayor conformidad; antaño habría imaginado un dragón formidable persiguiendo su propia cola; hoy pensó únicamente en una banda sin fin dando vueltas sobre sí misma; precisión mecánica, interminable y cíclica; una retroalimentación perfecta.
*
Había cambiado su corazón por una máquina, para lo cual había ahorrado cada centavo posible por veinte años. Convirtió su vida muelle en la más espartana de las sobrevivencias; a sabiendas de que la tristeza que pudiera sentir por tal existencia desaparecería al concretar la sustitución. Y había funcionado.
No más dolor, no más recuerdos de los rostros delicados, de las promesas rotas. Ahora, su cerebro recordaba mas no sentía. No sentía nada. Y eso era perfecto.
Tan perfecto así, que aun siendo capaz de soñar no volvió a recordar los sueños al despertar. Nunca supo cómo su rostro intentaba contraer los músculos ni cómo su boca intentaba curvarse mientras en el sueño todo zumbaba, giraba y se movía...
*
A poco, por razones meramente prácticas, los pequeños lujos volvieron a aparecer: una licuadora por ejemplo, para complementar su nutrición con jugo fresco era algo bastante lógico. De igual manera fue justificando cada gadget y electrodoméstico; pasos congruentes donde nada podía ser más sensato. Insensibilizado como estaba, no se dió cuenta cuán bonitos le parecían. Todo era tan lógico.
Mucho más logico, sin embargo, que comprar la pantalla de treinta y dos pulgadas que le permitió mirar documentales sobre máquinas colosales. Realmente no reparó jamás en cuánto le complacía el poder conectarla al internet. Ni le hubiera gustado la casi indetectable curvatura en sus comisuras mientras veía esas grúas y excavadoras moverse con precisión y gracia mastodónticas.
Pero al fin se preocupó cuando la mecánica de su propio cuerpo reveló misteriosos efectos. Lo desestimó como un mero reflejo natural, se desahogó y procuró olvidarse de ello.
Y aun, al volverse inequívocamente recurrente, la máquina del tamaño de un puño alojada en su pecho saltó. Como con aprensión. Si fuera eso posible.
*
Un par de meses después, las lágrimas trazaban surcos en su cara manchada de polvo y grasa, mientras su cuerpo desnudo se ceñía desesperado a la fría lámina y los sensuales ángulos de la lavadora nueva, a medio ciclo de exprimido, y con el dolor de saber que jamás correspondería su pasión...