viernes, 4 de diciembre de 2015

Fue hace algún tiempo, pero no tanto como parece, que entré en contacto por primera vez con la obra del llamado Gran Maestro del Terror, mejor conocido en los círculos terrenales como Stephen King. O viceversa, no estoy muy seguro. Después de no mucho cavilar, llegué a la aparentemente sana conclusión de que era... demasiado adolescente americano. Por aquel entonces, obviamente (?) el fantasma de la "Literatura Seria" de mi educación media superior, donde Dios se encontraba encarnado en García Márquez e Isabel Allende era la nueva estrella, aun rondaba los pasillos y arruguitas en mi juvenil cerebro.
Entonces, a instancias de una amiga muy querida, y más aun por ello, tuve a bien leer Firestarter. La sabiduría popular declara tajante que "es de sabios cambiar de opinión" y de igual manera nos conmina encarecidamente a jamás decir: de esta agua no beberé. Y aquello de nunca digas nunca, creo que el punto es evidente. La epifanía estaba oficialmente declarada y el segundo sujeto de mi Trilogía Patronal había llegado a su destino. El viejo Caballero Xenófobo de H. P. L. avisó que llegaría fashionably late, pero la suerte estaba, como dicen, echada. Y para bien o para mal, el señor King se convirtió en mi personal Maestro del Terror.
Toda esta diatriba viene a colación precisamente con la idea central de esta semana. Teniendo como he el obsceno hábito de revisitar mi biblioteca, que consiste básicamente en aquellos libros considerados clásicos juveniles, casi todos los tomos de la ochentera colección Horror de Gran Súper Terror de Roca, Poe en ambos idiomas, Mary Shelley, Anne Rice, et cétera, Y Stephen King en varias modalidades, he añadido además el formato digital. Lo cual significa prácticamente los mismos autores arriba citados, más otros no referidos, pero leídos en mi tablet.
Entre esos libros hay una enorme dosis del habitante favorito de Maine, uno de ellos el hasta ahora inexplorado Night Shift. En donde aparece precisamente el objeto de reflexión que me ocupa en este preciso instante, esa sana dosis de autocomplacencia llamada: El Prefacio.
En pocas palabras, el Teacher acapara la atención del lector - entiéndase Yo- que, dicho sea de paso, ya tenía y ofrece una breve cátedra-diagonal-justificación sobre lo que algunos tenemos la osadía de llamar Literatura de Terror. Nos dice, e intentaré ser breve a riesgo de ser impreciso, cómo esas dos figuras de sombras, la Muerte y el Miedo, han sido abordadas por los Grandes Literatos Serios, y cómo éstos se colocan en el lado racional. Asimismo declara desvergonzadamente que aquellos que en efecto se dedican a la prosaica tarea de forzarte a "ver el accidente carretero", se ubican en la frontera entre realidad e irrealidad. Suspensión de ella, damas y caballeros, he ahí según mi humilde -mejor dicho, paupérrima, acaso lumpen proletaria- experiencia causa del Efecto Unico y Singular del que el Maestro Poe hablaba. Entre línea y línea, King me explicó, no sin hacerme sentir decepcionado de mi esfuerzo, la mecánica del Miedo y su necesidad de habitar en un entorno interesante. O en Español, que la historia debe ser interesante e intensa para ser efectiva.
Y he ahí el asunto. En mis intentos hasta ahora hay muertos a granel, caray, como si los regalaran, pero me he puesto a dudar de mi capacidad para inspirar verdadero terror. ¿Es el Terror lo mío, o me veré forzado a por siempre contar historias aburridas de vidas insignificantes hundidas en lo gris? Misma Bati-hora, mismo Bati-canal. Resolvamos el misterio.

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