Barómetro.
Ni rastro del Sol en la mañana aun de brazos, y mis ojos quizá brillan fosforescentes en esta noche de juguete. El viento leve y gélido coquetea, rozando el vello ralo de mi mano ociosa, y mi corazón late cálido con una paz casi estupefacta.
La humedad me endulza el café más que una canción -aunque menos que una voz que extraño-; la depresión del barómetro eleva volutas de muda risa.
Y entonces llueve. Y me temo que otra vez estoy enamorado.
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