La vela es una isla de luz pequeñita en medio del Más Oscuro Océano. El sabor del café lentamente lava el de la cena tardía. Sin la magia de Hertz, espero al Sueño enredando estos hilitos de tinta entre los, particularmente hoy, desvaídos renglones.
La noche se puebla de los ruidos que otrora se ocultaron: voces explicando los laberitnos del alma o de la mente; motores impertinentes que transportan impaciencia; agua que ríe al deslizarse entre caucho y asfalto; toses, golpeteos; perros vigilantes y gatos cazadores con ojos fulgurantes.
Antes, el cielo nos recordó cuán alto está sobre nosotros, con su sinfonía que es llanto y furia y bendición y canto; con agua y hielo y viento en imponente supremacía. Cuántas cosas se lleva una tormenta, y cuántas deja como recuerdo fatuo.
Hay un mundo ahí afuera cuyos párpados pesan, presto a descansar bajo el edredón de ruidos citadinos. Mañana se pondrá ropas luminosas y me esperará, sea para maltratarme o hacerme regalos de muchos tamaños.
Pero mientras nadaré en este mar de secretos y cuentos, con una pequeña guardiana y su mínima espada de fuego; pequeño ángel de cera. Uno a uno, los clavos de mi ataúd se consumen y apilan en el el cenicero. Las palabras bajan por mi mano como atareadas hormigas; los sorbos de oro oscuro se suceden devolviendo la vida a su lugar. Pocas veces me he sentido tan ordinariamente vivo.
Casi inmóvil salvo por la mano, los engranes adentro giran furiosos; me siento dueño y títere de ideas apremiantes; amores porfiados a los que jamás renunciaré del todo; opciones en miríadas que nunca tomé ni lo haré jamás; todas las historias flotando en el tiempo como mosquitos en un lago, antes y ahora y mañana; deberes y obligaciones; caprichos y pequeñas perversiones; compulsiones, manías, esperanzas, angustias... Todo se mueve dentro de mí como medusas fosforescentes en un mar nocturno.
Que placenteramente absorto me siento, encapsulado en una burbuja, en este momento indiscutiblemente decimonónico.
Photo by Jarl Schmidt on Unsplash.
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