Lo Que Te Llevas Al Sueño.
Disculpen si me rehúso a ser mi propio rehén. Es sólo que cuando el silencio encuentra cómo renovarse, como en esta noche, quizá me pongo un poco intransigente. Pero tantos miedos han caído en estos días, que no resulto una presa tan fácil.
Musa, niña, Ezis; cómo has estado. Sí, yo también te extrañé. No lo sé, mi amor, realmente no. Estoy en el proverbial Limbo, y por partida doble. No, ahora no quiero hablar de eso. ¿Qué llevas puesto? Mh, qué lindo. No, lo siento, la coraza que tanto te gusta se disolvió con un beso. ¿Inerme? ¡Nah! Invulnerable como Aquiles, talón y todo... ya me conoces.
Disculpen también, por cierto, si hablo solo como en esta noche. Suele pasarnos a aquellos que nos quedamos sin alguien con quién hablar. Pero hay música para festonear los silencios, y la mudez y el laconismo. Hay café para el insomnio; cerveza en el refri; Jack Daniels en la cantidad justa para desinfectar una herida de buen tamaño.
También buenos recuerdos como pomada para la confusión, la desilusión y cosas así. Al final recuerdas que las noches pueden ser eternas o minúsculas, sin medias tintas. Lo que importa es lo que te llevas al sueño.
Así que te perdiste en la niebla, qué remedio. No es cuestión de echarse a llorar: el camino está ahí; es sólo que no puedes verlo, e igualmente, admite que no sabías a dónde ibas. ¡Pero qué ganas de ir!
Disculpen entonces si no lloro exactamente como se esperaba de mí, como destrozado. Es que en noches como esta, no se echan en falta las cosas que dejaste atrás por buscar algo bueno, aunque ya no sepas si era para ti.
Entonces ven, Ezis, hermosa musa. Cuéntame qué hiciste sin mí, mientras recordaba cómo sonreír.
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