jueves, 26 de septiembre de 2019

Que El Silencio Sea Todo. Un código secreto.

"And the sign said, 'The words of the prophets
Are written in the subway walls
And tenement halls'.
And whispered in the sounds of silence".
Simon, with Garfunkel.


Que El Silencio Sea Todo.


No sé medir el valor del Silencio.

Una pequeña implosión derrotando la tensión del agua, y eso es el Silencio: ondas concéntricas rizándose sobre sí mismas del centro a la orilla.

Sin embargo los silencios tienen su propia manera de decir cosas, ¿no es cierto? Será porque tengo oídos que no noto su lenguaje; o mejor, o peor: ignoro cómo no escuchar.

Hoy, ahora, no puedo evitar preguntarme. Si las ondas sonoras se convierten en chispas cerebrales, ¿existe un órgano para entender su ausencia?

¿Amas exactamente igual a alguien aun si no escuchas su voz?

¿Vale más no decir nada si sabes que es igual callar que increpar?

Hay tantas cosas en el vacío del Silencio, como planetas y objetos de hierro, piedra y gas y luz, nómadas en lo negro, que no podemos ver. Pero sabemos que están ahí, ¿no es verdad?

Acaso el secreto para saber lo que dice el Silencio sea callar, prestando atención. O escuchar, sin decir; el roce de la piel, el aliento en sus mareas; los latidos intentando sincronizarse en tímida charla; y separarse, vivir también y al mismo tiempo en la esquizoide nada de las pausas entre una cosa y otra y otra. Decir lo que se siente, y luego sentir lo que no se dice; volverlo un código secreto que habla no hablando; que es universo implotando; gigante roja a enana blanca: menos luminoso, más denso; más sí mismo.

En realidad, espero el día en que el silencio nazca del haberlo dicho todo. Deseo poder decirlo de una vez y para siempre, y que esté lleno de tiempo, y de noche; de saber que este rompecabezas está resuelto y que las piezas faltantes no necesitarán llenarse con palabras, o que estas se dirán por el amor a hacerlo.

Que el Silencio sea, al fin, Todo lo que No Es Nada.



Photo by Brett Jordan on Unsplash

viernes, 6 de septiembre de 2019

Silencios Atentos. El Deseo es Hermoso.

"Oh, but a man never got a woman back,
not by begging on his knees...".
Uncle Leonard.


Silencios Atentos.

Doy a mis párpados la pausa del silencio, porque mis ojos están hambrientos. La grieta, el último barrote en la jaula de mi pecho -en reconstrucción-, amenaza con ceder. Una aguja entró e inyectó calor al nuevo hielo, y se derrite.

Las manos se me ignoran entre ellas: una aferra, la otra se alza con miedo protector. 

Ninguno de mis sentidos es confiable.

Un millón de significados se ahogan en mi garganta, aunque la palabra sea sólo una.

El día entero es de malabares con las horas; de silencios atentos para intentar escuchar con la memoria.

Todos mis dones detectivescos fallan otra vez; todo mi instinto se ha oxidado con el rocío de las noches, de nuevo vacías.

No conozco arte marcial que me ayude a resbalar por esta pendiente con elegancia. Sólo puedo concentrarme en no caer, o esperar una razón para hacerlo.

Así que cierro los ojos y entrelazo las manos; canto las canciones más suaves posibles. Espero.

La manzana caerá, sol y luna se perseguirán como siempre. Y la lluvia, mi amante, vendrá vampiresa y se irá redentora.

Las palabras vendrán o no.

Deseo, y el deseo es hermoso.

Espero, y la espera es vida.

Como sea que la chispa prenda la mecha, sabré al menos que estuve vivo en la belleza de desear; la ternura, llena de gravedad, de recordar la voz, el sabor, el calor.

Sin duda, moriré con una sonrisa.




Photo by Ava Sol on Unsplash

lunes, 2 de septiembre de 2019

En el mar de gris. Desmenuzado.

Fall to pieces, I'm falling.
Fell to pieces and I'm still falling.
Everytime I'm falling down.
All alone I fall to pieces.
Velvet Revolver.


En el mar de gris.


El gris veteado corrió entre sus dedos, luego dos de estos fueron a mezclarse con los del pie, que recogió de entre los granos. No le sorprendió tanto, los sintió romperse al continuar caminando mientras el viento suave soplaba impasible, haciendo bailar las grises nubes.
Se sorprendió al notar que su piel no era gris también. Se sentía gris.
Y así comenzó, con la caída debida a la falta de sus apéndices más insignificantes. Sólo dio un paso y el equilibrio ya no estaba ahí.
Se dio cuenta entonces que no tenía ningún propósito conservarlos. Los arrojó indolente a un lado, y continuó caminando. En el horizonte, creía ver otra vez insinuarse un grupo de montañas o colinas, no podía juzgar el tamaño bien, dada la naturaleza fatua del espejismo. Así que sólo siguió en línea recta.
El viento arreció un poco y él no se dio cuenta de las hebras leves como telarañas que se desprendieron de su nuca, sienes y coronilla. Si hubiera sido posible tener una idea del tiempo, habría notado antes la hora, o algo así, en que todo su cabello desapareció en el viento y en el mar de gris en el cual ahora vivía, nómada.
Desnudo como estaba, no le importó no sentir frío en la brisa constante, ni calor alguno del sol velado por las nubes. La arena sin embargo era suave bajo sus pies, tal vez la única cualidad sensible. Seda moldeable bajo las plantas cada vez más suaves y tiernas.
El cosquilleo en su mano izquierda comenzó a continuación; sin dejar de caminar, apretó el puño y vio como sus dedos se separaban por cada falange, y caían sobre la arena sin posibilidad de acción excepto mirar y resignarse. Uno a uno, golpearon la suave superficie y quedaron ahí. Por supuesto que no se quedaría a mirar qué sucedía con ellos; sabía que no había fauna que los consumiera; quizá simplemente se desmenuzaran, célula a célula, molécula, átomo, o algo más pequeño si lo había.
Mucho tiempo después, tal vez una hora, tal vez un siglo, perdió un pie, luego el otro, y volvió a caer. No podía saber si el proceso se aceleraba, y aunque las colinas no parecían estar más cerca (ni más lejos, por cierto), no pensó siquiera en detenerse. En su mente que ya también perdía cohesión no había más que la necesidad de seguir, de llegar; si no a las colinas entonces a donde fuera que su destino se hallara.
Y así continuó, siempre hacia adelante, aunque cuando primero un antebrazo y luego el otro quedaron atrás, se dio cuenta que su avance sería cada vez más lento, o mejor dicho, más corto. Una decena, o tal vez centena, de “pasos” más –porque ahora avanzaba sobre los muñones del bíceps y acababa de perder una pantorrilla-, y comprendió que su vida ahora era no parar jamás, llegase a donde llegase. No había nada más en el universo que él y la arena gris interminable, y el viento acariciante pero siempre presente, deslizándose sin oposición sobre su piel ahora absolutamente lampiña.
No se detuvo por nada ahora, ni a voltear a ver sus muslos abandonados que ya parecían fundirse con la arena, disolverse con ella en la misma naturaleza, granos diminutos, eternos e incontables que algún día volarían por todo el cosmos o arderían en el abrazo de una supernova.
Mil años y quince minutos después, era un torso contorsionándose, como un gusano o una morsa sin miembros…

*

El viento acariciaba las colinas, y las nubes seguían corriendo sobre aquel desierto gris, calmo y apacible. Sin embargo el sol ya no brillaba, sólo una luna opaca como una catarata en el ojo negro de la noche dispensaba la luz suficiente para notar, entre un matojo y una piedra que bien podría proceder de esa luna lechosa, el pequeño bulto el tamaño de un puño.
Pulsaba, regular como un pequeño reloj olvidado en un cajón, en una llanura, en un tiempo pasado que nadie recordaba. A veces pausaba, como si se hubiera detenido para siempre, pero luego volvía a moverse, expandiéndose y contrayéndose una y otra vez. 
A un metro, la colina parecía aguardarlo. Milímetro a milímetro, o acaso aun menos, el bultito se aproximaba...




Photo by Kunj Parekh on Unsplash