Fall to pieces, I'm falling.
Fell to pieces and I'm still falling.
Everytime I'm falling down.
All alone I fall to pieces.
Velvet Revolver.
En el mar de gris.
El gris veteado corrió entre sus
dedos, luego dos de estos fueron a mezclarse con los del pie, que recogió de
entre los granos. No le sorprendió tanto, los sintió romperse al continuar
caminando mientras el viento suave soplaba impasible, haciendo bailar las
grises nubes.
Se sorprendió al notar que su
piel no era gris también. Se sentía gris.
Y así comenzó, con la caída
debida a la falta de sus apéndices más insignificantes. Sólo dio un paso y el
equilibrio ya no estaba ahí.
Se dio cuenta entonces que no
tenía ningún propósito conservarlos. Los arrojó indolente a un lado, y continuó
caminando. En el horizonte, creía ver otra vez insinuarse un grupo de montañas
o colinas, no podía juzgar el tamaño bien, dada la naturaleza fatua del
espejismo. Así que sólo siguió en línea recta.
El viento arreció un poco y él no
se dio cuenta de las hebras leves como telarañas que se desprendieron de su
nuca, sienes y coronilla. Si hubiera sido posible tener una idea del tiempo,
habría notado antes la hora, o algo así, en que todo su cabello desapareció en
el viento y en el mar de gris en el cual ahora vivía, nómada.
Desnudo como estaba, no le
importó no sentir frío en la brisa constante, ni calor alguno del sol velado
por las nubes. La arena sin embargo era suave bajo sus pies, tal vez la única
cualidad sensible. Seda moldeable bajo las plantas cada vez más suaves y
tiernas.
El cosquilleo en su mano izquierda
comenzó a continuación; sin dejar de caminar, apretó el puño y vio como sus
dedos se separaban por cada falange, y caían sobre la arena sin posibilidad de
acción excepto mirar y resignarse. Uno a uno, golpearon la suave superficie y
quedaron ahí. Por supuesto que no se quedaría a mirar qué sucedía con ellos;
sabía que no había fauna que los consumiera; quizá simplemente se desmenuzaran,
célula a célula, molécula, átomo, o algo más pequeño si lo había.
Mucho tiempo después, tal vez una
hora, tal vez un siglo, perdió un pie, luego el otro, y volvió a caer. No podía
saber si el proceso se aceleraba, y aunque las colinas no parecían estar más
cerca (ni más lejos, por cierto), no pensó siquiera en detenerse. En su mente
que ya también perdía cohesión no había más que la necesidad de seguir, de
llegar; si no a las colinas entonces a donde fuera que su destino se hallara.
Y así continuó, siempre hacia
adelante, aunque cuando primero un antebrazo y luego el otro quedaron atrás, se
dio cuenta que su avance sería cada vez más lento, o mejor dicho, más corto.
Una decena, o tal vez centena, de “pasos” más –porque ahora avanzaba sobre los
muñones del bíceps y acababa de perder una pantorrilla-, y comprendió que su
vida ahora era no parar jamás, llegase a donde llegase. No había nada más en el
universo que él y la arena gris interminable, y el viento acariciante pero
siempre presente, deslizándose sin oposición sobre su piel ahora absolutamente
lampiña.
No se detuvo por nada ahora, ni a
voltear a ver sus muslos abandonados que ya parecían fundirse con la arena,
disolverse con ella en la misma naturaleza, granos diminutos, eternos e
incontables que algún día volarían por todo el cosmos o arderían en el abrazo
de una supernova.
Mil años y quince minutos
después, era un torso contorsionándose, como un gusano o una morsa sin miembros…
*
El viento acariciaba las colinas,
y las nubes seguían corriendo sobre aquel desierto gris, calmo y apacible. Sin
embargo el sol ya no brillaba, sólo una luna opaca como una catarata en el ojo
negro de la noche dispensaba la luz suficiente para notar, entre un matojo y
una piedra que bien podría proceder de esa luna lechosa, el pequeño bulto el
tamaño de un puño.
Pulsaba, regular como un pequeño
reloj olvidado en un cajón, en una llanura, en un tiempo pasado que nadie
recordaba. A veces pausaba, como si se hubiera detenido para siempre, pero
luego volvía a moverse, expandiéndose y contrayéndose una y otra vez.
A un metro, la colina parecía aguardarlo. Milímetro a milímetro, o acaso aun menos, el bultito se aproximaba...