lunes, 2 de septiembre de 2019

En el mar de gris. Desmenuzado.

Fall to pieces, I'm falling.
Fell to pieces and I'm still falling.
Everytime I'm falling down.
All alone I fall to pieces.
Velvet Revolver.


En el mar de gris.


El gris veteado corrió entre sus dedos, luego dos de estos fueron a mezclarse con los del pie, que recogió de entre los granos. No le sorprendió tanto, los sintió romperse al continuar caminando mientras el viento suave soplaba impasible, haciendo bailar las grises nubes.
Se sorprendió al notar que su piel no era gris también. Se sentía gris.
Y así comenzó, con la caída debida a la falta de sus apéndices más insignificantes. Sólo dio un paso y el equilibrio ya no estaba ahí.
Se dio cuenta entonces que no tenía ningún propósito conservarlos. Los arrojó indolente a un lado, y continuó caminando. En el horizonte, creía ver otra vez insinuarse un grupo de montañas o colinas, no podía juzgar el tamaño bien, dada la naturaleza fatua del espejismo. Así que sólo siguió en línea recta.
El viento arreció un poco y él no se dio cuenta de las hebras leves como telarañas que se desprendieron de su nuca, sienes y coronilla. Si hubiera sido posible tener una idea del tiempo, habría notado antes la hora, o algo así, en que todo su cabello desapareció en el viento y en el mar de gris en el cual ahora vivía, nómada.
Desnudo como estaba, no le importó no sentir frío en la brisa constante, ni calor alguno del sol velado por las nubes. La arena sin embargo era suave bajo sus pies, tal vez la única cualidad sensible. Seda moldeable bajo las plantas cada vez más suaves y tiernas.
El cosquilleo en su mano izquierda comenzó a continuación; sin dejar de caminar, apretó el puño y vio como sus dedos se separaban por cada falange, y caían sobre la arena sin posibilidad de acción excepto mirar y resignarse. Uno a uno, golpearon la suave superficie y quedaron ahí. Por supuesto que no se quedaría a mirar qué sucedía con ellos; sabía que no había fauna que los consumiera; quizá simplemente se desmenuzaran, célula a célula, molécula, átomo, o algo más pequeño si lo había.
Mucho tiempo después, tal vez una hora, tal vez un siglo, perdió un pie, luego el otro, y volvió a caer. No podía saber si el proceso se aceleraba, y aunque las colinas no parecían estar más cerca (ni más lejos, por cierto), no pensó siquiera en detenerse. En su mente que ya también perdía cohesión no había más que la necesidad de seguir, de llegar; si no a las colinas entonces a donde fuera que su destino se hallara.
Y así continuó, siempre hacia adelante, aunque cuando primero un antebrazo y luego el otro quedaron atrás, se dio cuenta que su avance sería cada vez más lento, o mejor dicho, más corto. Una decena, o tal vez centena, de “pasos” más –porque ahora avanzaba sobre los muñones del bíceps y acababa de perder una pantorrilla-, y comprendió que su vida ahora era no parar jamás, llegase a donde llegase. No había nada más en el universo que él y la arena gris interminable, y el viento acariciante pero siempre presente, deslizándose sin oposición sobre su piel ahora absolutamente lampiña.
No se detuvo por nada ahora, ni a voltear a ver sus muslos abandonados que ya parecían fundirse con la arena, disolverse con ella en la misma naturaleza, granos diminutos, eternos e incontables que algún día volarían por todo el cosmos o arderían en el abrazo de una supernova.
Mil años y quince minutos después, era un torso contorsionándose, como un gusano o una morsa sin miembros…

*

El viento acariciaba las colinas, y las nubes seguían corriendo sobre aquel desierto gris, calmo y apacible. Sin embargo el sol ya no brillaba, sólo una luna opaca como una catarata en el ojo negro de la noche dispensaba la luz suficiente para notar, entre un matojo y una piedra que bien podría proceder de esa luna lechosa, el pequeño bulto el tamaño de un puño.
Pulsaba, regular como un pequeño reloj olvidado en un cajón, en una llanura, en un tiempo pasado que nadie recordaba. A veces pausaba, como si se hubiera detenido para siempre, pero luego volvía a moverse, expandiéndose y contrayéndose una y otra vez. 
A un metro, la colina parecía aguardarlo. Milímetro a milímetro, o acaso aun menos, el bultito se aproximaba...




Photo by Kunj Parekh on Unsplash

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