viernes, 2 de septiembre de 2016

No hay nadie. Parte 2.



    Siempre fue solitario, y por supuesto ello se permeaba hasta los aspectos más íntimos de su vida. Él mismo se definía como un Campeón de la Autosatisfacción Sexual, por supuesto en todo de broma, pero con frecuencia plenamente consciente del subtexto fatalista y desesperado que acechaba detrás de esa afirmación. Y ahora, una vez que la certeza de la extinción humana llevaba su nombre y rostro se le mostró en toda su crudeza y definición -toda su totalidad-, la necesidad se convirtió en casi una compulsión.
    No le era extraño el aliviar la angustia y el estrés por tales medios, pero cuando agotó todo su arsenal de soltero recalcitrante y autosuficiente, se dio cuenta de la patente desproporción. Y además noto con alarma exponencial un hecho extraño: una vez pasado el arrebato de lujuria, no de manera gradual sino inmediata, le era imposible recordar no sólo el nombre o apellido de la titular de la fantasía voyeurista, sino su mismo rostro; aun de aquellas más recurrentes y notorias. Incluso sucedió cuando probó en internet. La extrañeza fue convirtiéndose en miedo cuando constató que esa peculiaridad se extendía a toda publicación en línea, y que de hecho cada nombre, cada fotografía con un rostro parecía oscilar entre lo comprensible y lo ininteligible, lo discernible y lo borroso, la misma existencia y el vacío. Se preparó para entrar en pánico, mismo que increíblemente nunca llegó. Lo que nació en el fondo de su cerebro y de su alma fue la sospecha, misma que reprimió con todas sus fuerzas. Al día siguiente esas fuerzas probaron ser del todo inútiles e irrelevantes.




    Ese día fue domingo, el siguiente de lo que llamó "La Pornomalía" -con ese histérico humor con el que empezó a llamar a las cosas que se volvían más o menos cotidianas, para darles significado-. Sintió su sangre helarse de improviso, paralizado en el shock de no saber la diferencia entre alucinación y hecho casi indiscutible. El hecho era que, trotando en la mañana, muy fresca, la respiración cada día menos pesada -hey, si vas a ser el Jodido Hombre Omega, ¿por qué no serlo en forma?- resonando en el parque desierto como un rumor de ballenas resoplando, ocurrió lo que clasificó ya automáticamente como La Cosa Más Improbable en Estos Días. El caso es que algo en el montón de basura junto al enorme tambo -"¿basura? ¿basura que no desaparece? ¿o sí lo hace?"- se movió evidentemente. Evidentemente, afirmó su conciencia, porque a pesar de ser el único habitante sobre la Tierra, amén de no hacer suficiente viento para aplicar sabrá Dios qué newtoniana fuerza, algo se desplazó E hizo ruido, y él alcanzó a captarlo, si bien de reojo. El principio del fin fue simple: volteó de forma refleja y por una fracción de segundo la realidad saltó en tiempo y espacio y el Sorprendente y Sorprendido Hombre Omega recibió la quemadura retiniana de una ahora legendaria silueta canina. Abrazó la certeza de que algo así era imposible, pero su cuerpo permaneció petrificado, una estatua de carne y huesos y fluídos diversos en estado de alerta. No había nada junto al tacho de basura -por supuesto, porque eso es imposible si y cuando No Hay Nadie-. Y aun, la silueta inconfundible permanecía flotando como una imagen residual tras mirar una lámpara por accidente. Lo mismo daba que hubiera visto a Pie Grande o un Hipogrifo. Su cerebro, como los de tantos y tantos creyentes en los OVNIS, sabía lo que había visto.





    Regresó al apartamento en una especie de estupor reflexivo, su cerebro antes entumido ahora a toda marcha, pero todavía incapaz de procesar eficientemente el significado de lo sucedido. En lugar de ello, y quizá eso fue lo que desencadenó todo, sus pensamientos se desviaron a cómo todo lo que pasó en los meses anteriores no lo destruyó, cuando cualquier otro ser humano hace mucho habría sucumbido a la desesperación. En ese momento si no otro, los engranes de su mente finalmente comenzaron a embonar unos con otros y comenzó a su vez el momento más temido: lo que después se llamó El Tiempo de las Preguntas.
    Qué, cómo, dónde. Por qué él, de todos los habitantes en el mundo. La duda echó brotes cual maligna semilla, y creció en los siguientes días hasta que lo llenó y amenazó con rebasar su envase y destruírlo. Lo que lo salvó de la demencia fue la idea a la vez perniciosa e iluminadora de volver al Parque e investigar. Después de seis días de mal dormir presa de la obsesión, esa noche su cerebro agotado finalmente pudo hacer una pausa.





    A la mañana siguiente, con los nervios llenos de electricidad estática y poseído por una hasta entonces ignota energía, se puso la ropa para correr y trotó hasta el Parque, maldiciéndose un poco a intervalos: le haría falta la cámara del teléfono celular para tener evidencia y hacía mucho había desechado la cámara digital. Pero, ¿quíen tenía tiempo para conseguir eso ahora? Él no, y pues... no habia Nadie más. O quizá... Sólo quizá...
    Llegó al Parque a las 9:03 en punto según su reloj. Fue hasta la banca justo frente al montón de basura -basura diferente, notó con ingenua sorpresa, y una campanita tintineó en lo más profundo de su alma, pero él no la oyó-, y permaneció atento por dos horas.
    Pasó el resto del día encerrado y en un profundo estado de decepción. Nada, por supuesto que nada, porque su mente lo había engañado y expresado la traición del inconsciente y nada más. Puro, simple, totalmente involuntario deseo. Porque No Había Nadie, y su cerebro sabía esto, y por tanto había tratado de sustituír al Hombre con su Mejor Amigo. Fría, inflexible lógica. Pensamiento. Pensar. Pensando... Volviendo a una idea una y otra vez: "Pero yo lo ví. Lo ví. Sé que lo ví, y sé lo que ví... pero... no directamente...".
    Se levantó de golpe del sofá y se puso los tenis.





Continuará...

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