viernes, 23 de septiembre de 2016

No hay nadie. Parte 4.

   



     Su primer instinto fue buscar en los lugares públicos y ordinariamente atestados: centros comerciales, bares, restaurantes, incluso cines. De hecho había sido toda una experiencia entrar a la sala desierta y ver apagarse las luces justo a tiempo. Al comenzar la emborronada película -llena de caras indescifrables y nombres alienígenas-, después de los incoherentes trailers estaba inmerso en las sensaciones, disfrutando como un mocoso, pero al terminar el filme y salir un escalofrío lo recorrió: era imposible que el aroma a palomitas de maíz, los vasos de refresco vacíos, el bote de basura repleto, hubieran estado ahí cuando llegó. Podía sentirlo, algo queriendo hacer click, o la pequeña campana -¡ding!-, a punto de repicar otra vez. Pero la Prestidigitación de los Desechos tendría que ser investigada en otro momento. Había cosas más importantes qué hacer, la Restauración de la Raza Humana, por ejemplo.


 


    Después de una semana casi se rindió a la inmensa frustración. A ello se sumó una sensación de surrealismo generada al cabo por "levantar los cuernos" y finalmente -maldiciendo su estupidez- dándose cuenta del enorme elefante en la habitación. Cines. Restaurantes. Centros Comerciales. Luces encendidas en gélido simulacro del exterior; puertas franqueándole el paso con ilógica amabilidad, con la burlona calidez de estar ahí para él y Nadie Más. ("Porque no hay Nadie. No hay Nadie. ¿O acaso lo hay". -¡Ding!-).



  

    Una pieza más del rompecabezas embonó y recordó hacer un experimento que postergó por sabría Dios qué motivo olvidado: intentar aparecer más de un ser vivo al mismo tiempo. Se decidió por los gatos, por alguna razón eran más fáciles de recrear. Bajó al callejón, calmado, sin prisa porque, ¿quién tiene más tiempo que el Ultimo Hombre? Comenzó a preguntarse asimismo quén tiene menos, pero apartó la idea con un bufido. No era tiempo (!) de filosofía oligofrénica.




    Cada vez le costaba menos concentrarse aceptó alegremente, y entonces: ¡voilá! Un escuálido felino grisáceo merodeando. Lo que siguió fue otro pequeño tañido de esa microscópica campana en su cabeza. Tras musitar "bu" en dirección del minúsculo cazador y verlo implotar a medio salto, decidió volver a comenzar y aparecer otro gato, uno... bueno, menos lastimoso. Tal vez un tabby algo regordete, o un mono y coqueto misifuso atigrado. Acaso un siamés. Respiró y se concentró. Antes de abrir los ojos escuchó el maullido algo ronco del nuevo... mismo gato anterior, apenas un metro más allá de su posición original. Extraño. Pero bueno, ¿qué no lo era en estos días, en este mundo desierto? Así que limpió su mente de cualesquiera ideas estorbosas y se concentró en aparecer dos gatos a la vez.





     Después de dos infructuosas horas desistió al fin, procurando no derrumbarse ante la Enorme Imposibilidad: si no podía aparecer más que un gato escuálido; no dos, sino uno...¿cómo podría aparecer dos seres humanos? ¿O diez? ¿O un millón?




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