viernes, 30 de junio de 2017

Un sueño, dos. Como un dátil deshidratado.

Un sueño, dos.

    Aspiro el aire, síntoma del miedo, y cruzo la puerta a la vigilia con desesperación. Como es de esperar, la manecilla más delgada marca un desconcierto, dos desconciertos, luego tres, luego más, y el efecto pasa. Soñé. Fue un sueño verdadero, y el primero que recuerdo -recordaré, en realidad-, en meses. Respiro agitado. No puedo parar.

    Comenzó conmigo abriendo el portón. Doña Mari recarga el paraguas sobre el hombro y se planta con postura rígida en sus entrañables un metro y cincuenta centímetros, dos pasos más allá de la frontera entre Hogar y Mundo. La bienvenida se retrasa, y con buena razón: creo que su ¿segundo?, ¿primero?, aniversario luctuoso está cerca. Detecto un dejo de severidad o reproche en su mirada seria.

    Creo recordar que la invito a pasar, con esa presencia de ánimo auténticamente proteica de la que hago gala en los sueños y a veces, cuando no estoy durmiendo. No es de extrañar; soy un campeón del embotellado emocional. Modestia aparte.

    Cuando pasa a mi lado -¿alguien más llega?, no lo sé- es claro que no es ella. Su rostro es diferente, es otro que no conozco; una mujer más joven, rolliza y de cabello más claro. Me mira con ojos dóciles ahora; quizá algo inquisitivos, como si intentara ver dentro de mí o no supiera quién soy.

    Mientras la conduzco adentro cambia otra vez, por supuesto sin que me extrañe. La cubre un chal o rebozo, púrpura creo, descolorido. Está cansada, es muy frágil, con ese augurio de consunción de las personas muy mayores que inevitablemente me derrite o desmorona las entrañas. La guío hacia una silla, conmovido hasta el centro de mí. Se sienta con agotamiento, más aun, con tristeza. Me hinco ante ella, el pelo cano oculta sus ojos; mechones suaves de un blanco opaco. Intento retirarlos de su cara con el mismo grado de delicadeza aplicable a sostener un pájaro en las palmas ahuecadas. Es tan frágil, y yo siento el corazón reducido a un dátil deshidratado.

    Recuerdo apenas el rostro dulce porque al fin habla y me destruye. Dice: "Todos mis amigos se murieron y yo estoy muy sola".

    Lo siguiente que recuerdo es que estoy con alguien más, en otro lugar, y no puedo sacarla de mi cabeza. Una tristeza como sólo recuerdo haberla sentido una vez, me tiene repleto, copado. No quiero llorar, tengo que hacerlo. Y luego todo cambia otra vez.

    Algo me rozó. Algo pasó alrededor de mí. Despierto con medio alarido. Tengo algo en las manos, pero olvido lo que es porque siento algo alrededor de mi cabeza y sé que lo que me despertó lo puso ahí. Es la vieja pañoleta anaranjada, mi Promesa de boy scout, e ignoro cómo o por qué está ahí. Igualmente no sé por qué dormí y despierto en un cuarto derruído, polvoso, inundado de una luz lunar mortecina.

    Despierto entonces del sueño adentro -afuera- de otro. Un desconcierto. Dos. Tres. Y comienzo a recordar. Ya sólo espero a que el escalofrío remita y se lleve la carne de gallina con él.





Photo by Cristian Newman on Unsplash

viernes, 23 de junio de 2017

Cruel Espejismo. Espirales de Otros Días.



Cruel Espejismo.


Estoy cansado de esperarte

y esperar la magia

que dicen harás.

Estoy cansado de sentir nostalgia

por cosas que nunca ocurrieron.

Hoy soy indiferente al tiempo,

ciego y sordo a la distancia

y quizá más joven e ingenuo

de lo que jamás he sido ante ti.

Hoy no te quiero.

Quisiera más un adiós

para guardarlo con tus ojos

que jamás he visto,

tus labios que nunca han dado vida,

tu cuerpo egoísta de cruel espejismo,

el motor y fuerza,

camino  y destino que prometiste.

Quisiera al menos la certeza

de que no existes,

la muerte del sueño húmedo,

saciar el hambre perenne

con cosas mil veces

más vanas que tú.







Photo by Ian Schneider on Unsplash

viernes, 16 de junio de 2017

Imaginaria, o la desconfianza en los sentidos.

Imaginaria


    Anoche soñé que no te imaginaba. Que eras real, y realmente eras tú. Que seguías allá, pero que estabas aquí auténticamente.

    Y no habia ninguna voz diciéndome que te imagino, o que solamente eres una chispa perdida entre los surcos de mi cerebro.

    Tu sonrisa era verdaderamente un Cánon de Pachelbel flotando en volutas; tornasol sobre mil tonos de gris.

    La promesa de algo bueno aderezaba el oxígeno, dulcificaba el agua, suavizaba los ángulos, definía las formas al semejarse a tu silueta.

    Y al igual que siempre, aparecían finales y principios entre los rincones más insospechados de mi rutina.

    Desperté a una mañana menos densa. Mi piel era impenetrable. Una sonrisa saltaba sorpresiva cada vez que veía tus ojos entre renglones o cifras.

    Y entonces alguien susurró que sólo te he imaginado, y todo volvió a ser opaco de nuevo.

    La duda como una borrasca ameritó un abrigo de certeza amarga. Tal vez es verdad que eres sólo un espejismo en la niebla de mi obstinación.

    Pero si es así, ¿por qué me duele tanto extrañarte?







Canción de Cuna. Porque Tiempo y Distancia son todo.

Canción de Cuna para Una Mujer Adulta.


    Cierra los ojos, preciosa amiga. Esta noche es para el sueño. Mañana tus brazos estarán llenos, tus ojos más brillantes. Mañana tu sonrisa será de verdad.
   

  

    Duerme, mujer hermosa; allá lejos bajo tu noche y tu luna, que te cuidan por encargo mío. Escucha el arrullo y la canción de tu pecho, la nana de tu corazón hermoso, que pronto sanará.








viernes, 9 de junio de 2017

Guardando Silencio. Vida en perpetuo singular.

Guardando Silencio.


    En la última hora del día, que es cuando la Verdad se despereza, cierras los ojos y sientes la burbuja de tu propio silencio, manteniendo a raya el rugido incesante del allá afuera. El mundo nunca para, y jamás calla. Susurra, gime y vocifera en una miríada de voces humanas, mecánicas y animales. Y por fin, tú callas en su lugar.

    Y es ese silencio tu don y maldición en esta última hora; y también tu pan de cada día, que nunca se acaba porque casi siempre piensas en voz alta, en esta última hora y todas aquellas en que sólo estás contigo.

    ¿Cómo será, escuchar otra voz, en esta última hora? ¿Qué cosas diría: hablaría de secretos insólitos disimulados por las cosas cotidianas, o haría el recuento de ideas ligeras, de cosas evanescentes girando en relojes y calendarios?

    ¿Sería esa voz la tortura de la costumbre, o el faro eterno de tus ires y venires? ¿Sería hurí, sería gorgona? ¿Sería olvido, condena; causa primaria y efecto doppler, alfa y omega; promesa vacua y desilusión?

    Hoy que has elegido aceptar sólo un poco de silencio, quizá deseas que el metrónomo en tu pecho oscilara diferente. Mas no fue así y es como fue, y te preguntas si aun es tiempo de cambiar las leyes obstinadas de tu vida en perpetuo singular.

    Y sigues gurdando silencio, es más, cubres tu boca. Porque es la última hora, y la Verdad se despereza.

    Y temes cualquier respuesta.




viernes, 2 de junio de 2017

Futuro en stacatto. Ese poder.

Futuro en Stacatto.


    Desde el principio supo que con él las cosas serían diferentes. Mejores. Era algo en su tono de voz, en su manera de mirar. Y más aun.

    Claro que primero sintió el halago natural, su caballerosidad era infalible; parecía estar en todas partes a la vez cuando se trataba de acercarle una silla, de ofrecerle el brazo, de aparecer como un duende para abrir la puerta del auto. Cuánto contraste con el trato a otros, incluyendo otras mujeres. Sin duda en ocasiones parecía comportarse distante, gélido realmente, con todo mundo menos ella. A veces su comportamiento rayaba la pedantería. Supo que un par de veces tuvo roces hasta llegar al borde del enfrentamiento físico. Pero jamás hacia ella tuvo un indicio de algo que no fuera solicitud. Incluso era tierno al extremo, como si temiera que ella se rompiera con un roce demasiado brusco o descuidado. Poco le faltaba para pedirle perdón por tocarla.

    Eventualmente por supuesto, llegó a desconfiar. ¡Tanto interés! ¡Tanta adoración! Que la deseaba no lo ponía en duda, y considerando las experiencias pasadas, eso no la asustaba realmente. Pero sí la preocupaba pensar si toda su dedicación no ocultaría un propósito avieso, o incluso francamente siniestro. Tan radical era su comportamiento para con ella.

    Cuando la relación se volvió física, poco pareció cambiar. Primero, no sólo fue paciente, literalmente esperó hasta que ella dió el paso verdaderamente decisivo. Para entonces las dudas en ella se habían disipado en cuanto a sus intenciones, y habíase acostumbrado a la idea de que muy posiblemente él era un buen hombre, tan diferente al último con el que había estado. Aquél oscilaba entre el encanto previo al acto sexual y el franco desprecio. La usó como un objeto, y como un objeto sexual además, pero la intensidad de esto último y claro, su amor por él, la hacían olvidar todo el abuso. Tan bueno creyó que era.

    Este hombre, sin embargo... Santodios, jamás la habían complacido tánto físicamente, al igual que emocionalmente. Era como si pudiera leer su mente, como si hubiera considerado cada opción y todas las posibilidades desde el primer día. Y sin embargo, una constante comenzó a aparecer. En un principio se aplicó en ella concienzudamente; probando, ensayando cada caricia, posición y ángulo hasta que ella sin excepción alcanzaba un estado de frenesí y satisfacción totales. Totales.

    Al mismo tiempo, con sigular paciencia y concisión la guiaba a ella para obtener su propio placer. Y luego empezó a cambiar.

    Realmente jamás se dio cuenta cómo sucedió. Sólo se perdía en el placer. En el poder. Él dejó de enseñar. Empezó a pedir. Y a la vez, dejó de hacer, de proveer, hasta que era ella la que no sólo pedía, sino exigía. Y entonces un día, así de inadvertida como súbitamente, ella comprendió exactamente lo que él quería.

    Ese día falló a la cita, pretextando algo vago. En realidad, estaba muerta de miedo, y algo más. Mucho más. Temía inconscientemente admitir la verdad detrás de ese miedo  y cómo la hacía sentir. Pero igualmente extrañaba ese placer. Ese poder. De hecho, lo comenzó a extrañar dos o tres veces al día. Se dió cuenta que lo evitaba, y que él a su vez se daba cuenta también. Él insistía. Y esa insistencia, y el tono que usaba, rogando hablar, encontrarse; prometiéndole que sólo quería platicar, explicar... No pudo más con ello.

    El gemido apenas audible la sacó de la ensoñación de los recuerdos. Regresó al espejo y dio los toques finales a su maquillaje. Adoró la tersura de su cabello rabiosamente recogido en la nuca. Se contempló entonces en el de cuerpo entero. El corset de látex brillaba imponente, el liguero enmarcaba la piel blanca de sus muslos. Fue a encontrarlo.

    El clic de sus tacones presagió un futuro en stacatto.

    A poco, el pequeño fuete acarició, luego silbó en el aire. Las ligaduras se tensaron en medio de la tenue luz. Ella disfrazó su sonrisa con una mueca de desprecio.