Futuro en Stacatto.
Desde el principio supo que con él las cosas serían diferentes. Mejores. Era algo en su tono de voz, en su manera de mirar. Y más aun.
Claro que primero sintió el halago natural, su caballerosidad era infalible; parecía estar en todas partes a la vez cuando se trataba de acercarle una silla, de ofrecerle el brazo, de aparecer como un duende para abrir la puerta del auto. Cuánto contraste con el trato a otros, incluyendo otras mujeres. Sin duda en ocasiones parecía comportarse distante, gélido realmente, con todo mundo menos ella. A veces su comportamiento rayaba la pedantería. Supo que un par de veces tuvo roces hasta llegar al borde del enfrentamiento físico. Pero jamás hacia ella tuvo un indicio de algo que no fuera solicitud. Incluso era tierno al extremo, como si temiera que ella se rompiera con un roce demasiado brusco o descuidado. Poco le faltaba para pedirle perdón por tocarla.
Eventualmente por supuesto, llegó a desconfiar. ¡Tanto interés! ¡Tanta adoración! Que la deseaba no lo ponía en duda, y considerando las experiencias pasadas, eso no la asustaba realmente. Pero sí la preocupaba pensar si toda su dedicación no ocultaría un propósito avieso, o incluso francamente siniestro. Tan radical era su comportamiento para con ella.
Cuando la relación se volvió física, poco pareció cambiar. Primero, no sólo fue paciente, literalmente esperó hasta que ella dió el paso verdaderamente decisivo. Para entonces las dudas en ella se habían disipado en cuanto a sus intenciones, y habíase acostumbrado a la idea de que muy posiblemente él era un buen hombre, tan diferente al último con el que había estado. Aquél oscilaba entre el encanto previo al acto sexual y el franco desprecio. La usó como un objeto, y como un objeto sexual además, pero la intensidad de esto último y claro, su amor por él, la hacían olvidar todo el abuso. Tan bueno creyó que era.
Este hombre, sin embargo... Santodios, jamás la habían complacido tánto físicamente, al igual que emocionalmente. Era como si pudiera leer su mente, como si hubiera considerado cada opción y todas las posibilidades desde el primer día. Y sin embargo, una constante comenzó a aparecer. En un principio se aplicó en ella concienzudamente; probando, ensayando cada caricia, posición y ángulo hasta que ella sin excepción alcanzaba un estado de frenesí y satisfacción totales. Totales.
Al mismo tiempo, con sigular paciencia y concisión la guiaba a ella para obtener su propio placer. Y luego empezó a cambiar.
Realmente jamás se dio cuenta cómo sucedió. Sólo se perdía en el placer. En el poder. Él dejó de enseñar. Empezó a pedir. Y a la vez, dejó de hacer, de proveer, hasta que era ella la que no sólo pedía, sino exigía. Y entonces un día, así de inadvertida como súbitamente, ella comprendió exactamente lo que él quería.
Ese día falló a la cita, pretextando algo vago. En realidad, estaba muerta de miedo, y algo más. Mucho más. Temía inconscientemente admitir la verdad detrás de ese miedo y cómo la hacía sentir. Pero igualmente extrañaba ese placer. Ese poder. De hecho, lo comenzó a extrañar dos o tres veces al día. Se dió cuenta que lo evitaba, y que él a su vez se daba cuenta también. Él insistía. Y esa insistencia, y el tono que usaba, rogando hablar, encontrarse; prometiéndole que sólo quería platicar, explicar... No pudo más con ello.
El gemido apenas audible la sacó de la ensoñación de los recuerdos. Regresó al espejo y dio los toques finales a su maquillaje. Adoró la tersura de su cabello rabiosamente recogido en la nuca. Se contempló entonces en el de cuerpo entero. El corset de látex brillaba imponente, el liguero enmarcaba la piel blanca de sus muslos. Fue a encontrarlo.
El clic de sus tacones presagió un futuro en stacatto.
A poco, el pequeño fuete acarició, luego silbó en el aire. Las ligaduras se tensaron en medio de la tenue luz. Ella disfrazó su sonrisa con una mueca de desprecio.
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