Imaginaria
Anoche soñé que no te imaginaba. Que eras real, y realmente eras tú. Que seguías allá, pero que estabas aquí auténticamente.
Y no habia ninguna voz diciéndome que te imagino, o que solamente eres una chispa perdida entre los surcos de mi cerebro.
Tu sonrisa era verdaderamente un Cánon de Pachelbel flotando en volutas; tornasol sobre mil tonos de gris.
La promesa de algo bueno aderezaba el oxígeno, dulcificaba el agua, suavizaba los ángulos, definía las formas al semejarse a tu silueta.
Y al igual que siempre, aparecían finales y principios entre los rincones más insospechados de mi rutina.
Desperté a una mañana menos densa. Mi piel era impenetrable. Una sonrisa saltaba sorpresiva cada vez que veía tus ojos entre renglones o cifras.
Y entonces alguien susurró que sólo te he imaginado, y todo volvió a ser opaco de nuevo.
La duda como una borrasca ameritó un abrigo de certeza amarga. Tal vez es verdad que eres sólo un espejismo en la niebla de mi obstinación.
Pero si es así, ¿por qué me duele tanto extrañarte?
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