Ya no recuerdo desde cuando llegaste. Un día así, como si tal cosa, ahí estabas. No sé cómo fue que me encontraste, o por qué a mí. Solamente sé que aquí estás, tiñendo momentos y matizando el brillo de algunos, de muchos recuerdos.
No tengo miedo de admitir que a veces te odio, y otras quiero odiarte inútilmente. Mas a veces cantas, y tu voz es dulce como el recuerdo de los besos; y la luz azul de tu canción baña las cosas de inocencia.
Pero eres tan posesiva. Me embaucas con hechizos y espejismos, murmuras con dulzura palabras que me gustan; haces pases hipnóticos que ondulan entre renglones, deslizándose por los párrafos como zarcillos impertinentes o cabellos de Medusa.
Ocasionalmente dejas correr el carrete y puedo dejarte atrás; en momentos como éste puedo bucear en la sospecha de que siempre me esperas en casa; quizá acurrucada bajo la mesa, abrazando tus rodillas con paciencia infantil. O tal vez te metas en la cama que compartimos cada noche y te toques pensando en mí. Probablemente mientras esperas, sacas los álbumes y acaricias las fotos de mi Madre muerta para que te sienta al verlas.
Y no es que no hagas cosas por mí. Eres de hecho una musa dedicada y eficiente. ¡Hay tantas cosas escritas que me dictaste al oído!
Pero Ezis, querida... tu amor me está matando.
Cierto, sin tí hubieran sido días, tardes, noches diferentes; meses o años diferentes; yo mismo no sería éste que amas y celas. Pero mira: la sombra bajo mis ojos va más allá de la herencia; mi frente quiere crecer más cada día; la trama indomable de mi pelo se deslava. Y apuesto a que hay algo tuyo en mis ojos que los demás ven pero no logran explicar.
Tú eres eterna, hermosa sombra. Yo comienzo a aferrarme a un tiempo cada vez más delgado, más ralo. Los minuteros ya pasaron de mi media hora y cada vez me cuesta más detener el segundero.
Ahora la balanza se nos inclina, amor. Ve y encuentra a alguien más. Hace mucho que debí encontrar otra musa, y ¿quien sabe?, tal vez ya lo haya hecho. Tal vez no. Tal vez puedas volver más tarde...
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