viernes, 26 de enero de 2018

En Primera Persona. Un desafío descarado.

En Primera Persona.

    En resumidas cuentas, en estos días estoy averiguando las propiedades de mi espalda. Por ejemplo, si es tan fuerte como para cargar el peso de mí mismo, de mis defectos y todo lo que llevo a cuestas desde hace tanto tiempo. Si debo tirar lastre.

    O si su relativa fragilidad, ahora que me sé tan débil y comienzo a envejecer, me permitirá cambiar el mundo a tiempo de mantener a raya el caos.

    ¿Será su flexibilidad suficiente para permitirme llenar más hojas como esta, sin inclinarse tanto que me hunda y ahogue en las palabras?

    Todo esto porque (ahora lo entiendo), es menester conjugar todo el mundo, y a mí mismo, en primera persona. Todavía por más tiempo.

    Y no tengo días para más historias que no sean las ficticias. El melodrama ya me da dolor de espalda. No más ojos entornados o sonrisas seductoras, al menos no de las reales.

    Tengo que averiguar qué más es la vida, qué más tiene el mundo que ofrecer; y si esto es todo lo que hay, entonces empezar las hogueras del descontento y la testarudez. Buscar en los supermercados la lujuria. Velear en mares etílicos a bordo de la embriaguez. Tañer los maullidos, aullar las fábulas. Y resistir la tentación de sellar este hueco en el pecho; insisto en dejarlo tal como está, simplemente por no olvidar.

    Todo en singular, día y noche; como un desafío descarado al orden de las cosas: prueba que me equivoco o mátame de una maldita vez.

    Pero en silencio y sonriente.

    Tal vez aun haya tiempo.



Photo by Sam Burriss on Unsplash

viernes, 19 de enero de 2018

Cuarenta y seis. Flotando en un océano hiperactivo.


Cuarenta y seis.

    ¿Qué se hace con los años que acumulamos? ¿En dónde están guardados, o en qué los convertimos?

    Porque a veces tiran de ti hacia abajo, y otras te llevan a cuestas como olas. En ocasiones se suman, y quedan unos sobre otros como cubos de madera, o cajas vacías que contenían cosas suaves, o brillantes o sonoras. Y aun en otras disminuyen, reptan bajo las puertas y vuelan por la ventana sin mediar despedida.

    Y entonces, ¿están en la sonrisa o en las líneas junto a ella; en el pelo que aun queda o en las nubes rebeldes en las sienes?

    Tal vez han estado ahí siempre, esperándote agridulces; conscientes de todo lo que verás hasta llegar e incapaces de decírtelo. Años con sonrisas de crayón, de acuarela y de puntillado diminuto. Años de cejas juntas, de comisuras como arcos lánguidos.

    Más años, menos cada vez que soplas o que brindas. El tiempo da y quita: familiares, amigos, amores, sueños.

    En medio tú, ora arriba y abajo como flotando en un océano hiperactivo; ora parado al centro mientras todo el Universo gira a tu alrededor. Si pones atención quizá puedas verte pasar a ti mismo, aunque sin poder tocarte, ni advertirte sobre la apendicitis o el infarto; sin poder decirte que tu crush perdido volverá y que te prepares, o simplemente que todo estará bien. Que todo pasa, y pasará también el dolor, aunque jamás se irá del todo.

    Un día, despiertas y comienzas a ser otro. Una noche, te vas a dormir y habrás sobrevivido una vez más. 

    Así que, Feliz Cumpleaños.





Photo by Kevin on Unsplash

viernes, 12 de enero de 2018

Un Aroma Faltante. Todo queda igual.

Un Aroma Faltante.

Mecánico, indiferente; tomo días y horas como píldoras. Sólo me siento incómodo cuando toco el muro de ladrillos huecos; tabiques de cartón y madera balsa pintados de color qué-se-le-va-a-hacer.

Me he aislado entonces de la certeza, del viejo dolor en los ojos vacíos; del eco que regresa y regresará de ahí, donde estaba y donde estaría lo que amé tanto.

Porque río cuando debo y como cuando tengo hambre. Sigo mirando las pantallas, y encandilándome con las luces. Hay supongo, mucho más polvo que apisonar en esta banda sin fin.

Todavía queda mucho por ver. Tanto por sentir. Y eso incluye esas nubes allá arriba, negras y pesadas con su suspensión de sal y desencanto. Sé que caerá esa tormenta. Y ante ello me río, me baño y escribo, trabajo y me enojo de la misma manera que lo he hecho antes.

Sin drama. Sin palabras de sobra o con flagrante retraso.

Todo es y sera igual; por necesidad, por costumbre; por fuerza de voluntad o necedad salvadora.

Todo queda igual salvo un aroma faltante, un espacio vacío.

(Una hoja de acero interminable me atraviesa el pecho, al ritmo sincopado de un segundero devastadoramente lento).

viernes, 5 de enero de 2018

Este Fantasma Tibio.


(
Mientras tú dormías
te he dicho adiós de cien mil maneras diferentes.
Quizá algún día me ría de esto.
Hoy puedo sentirme
muriendo.
)


Este Fantasma Tibio.

    Me persiguen canciones que hablan de ausencia. Procuro confundirlas con el movimiento de mis manos, opacarlas tarareando junto con Ella; disolverlas en ácido salpicado por strato y telecasters. Cada día, aparece una nueva.

    Procuro no pensar en vacíos llenándose, o en cuerpos desplazando aire u ocupando espacios.

    Me sacudo el hubiera de la camisa con pragmatismo resignado; parpadeo cuando mis ojos quieren verte, para ahuyentar tu fotografía sonriente.

    Suspiro, fingiendo un cansancio de cartón; enmascarando un fatalismo idiota que quiere subir por mi pecho y alojarse socarronamente ahí.

    El temor familiar que constó de tantas palabras mil veces ensayadas ahora consiste en sólo una.

    Y aun, si pudiera atrapar este fantasma tibio y suave, no osaría hacerlo.

    Saber que sonríes es más importante.





Photo by Erick Tang on Unsplash