Un Aroma Faltante.
Mecánico, indiferente; tomo días y horas como píldoras. Sólo me siento incómodo cuando toco el muro de ladrillos huecos; tabiques de cartón y madera balsa pintados de color qué-se-le-va-a-hacer.
Me he aislado entonces de la certeza, del viejo dolor en los ojos vacíos; del eco que regresa y regresará de ahí, donde estaba y donde estaría lo que amé tanto.
Porque río cuando debo y como cuando tengo hambre. Sigo mirando las pantallas, y encandilándome con las luces. Hay supongo, mucho más polvo que apisonar en esta banda sin fin.
Todavía queda mucho por ver. Tanto por sentir. Y eso incluye esas nubes allá arriba, negras y pesadas con su suspensión de sal y desencanto. Sé que caerá esa tormenta. Y ante ello me río, me baño y escribo, trabajo y me enojo de la misma manera que lo he hecho antes.
Sin drama. Sin palabras de sobra o con flagrante retraso.
Todo es y sera igual; por necesidad, por costumbre; por fuerza de voluntad o necedad salvadora.
Todo queda igual salvo un aroma faltante, un espacio vacío.
(Una hoja de acero interminable me atraviesa el pecho, al ritmo sincopado de un segundero devastadoramente lento).
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