viernes, 23 de febrero de 2018

Caleidoscopios. Un paso más cerca.

Caleidoscopios.

    Busco unos guantes que puedan asir el Tiempo que es un ave extraña, y que vive en las comisuras de los ojos; que planea sobre las miradas bajas; que anida en los sueños que no recordamos hasta más tarde.

    También redes para mariposas efímeras; esas que atrapan puntos de luz en los colores de plástico y neón de sus alas. Quiero dibujarlas en hojas prisioneras, y esos destellos sean amores y dolores, y carcajadas y gemidos; o cosas que tema ver pero no imaginar.

    Quiero también encontrar una cámara que haga amores en lugar de fotografías; ojos para mirar, manos para acariciar. Una cámara que se lleve la luz y la traiga a ella.

    Y entonces quiero convertirme en un arqueólogo de espejismos. Ser como un alquimista de cosas simples que contengan caleidoscopios muy pequeños. Un ladrón internacional de suspiros y miradas, y secretos que la hagan sonrojarse por las mañanas.

    Por supuesto entonces, busco el camino secreto; persigo un sueño murmurado por una voz entre miles. El acceso y la puerta abrazada por enredaderas a un Jardín Salvaje, lleno de monstruos y ninfas, y reliquias que juntas resuelven el rompecabezas del mañana.

    Y cada vez que pienso en sus ojos, estoy un paso más cerca.



Photo by Nathan Dumlao on Unsplash

viernes, 16 de febrero de 2018

Cuatro Minutos. Máquina, queroseno.

Cuatro Minutos.

    Toma un sorbo y olvida el hoy; ignora el mañana. Beber de esta fuente desenturbia los ojos, y estira los músculos hacia arriba.

    Esta ES: la auténtica garantía de que jamás morirás de tanto vivir, sin importar cuántas hebras grises cuentes cada mañana. Mírala subir y reunirse con el humo inepto de tu muerte diaria. Escúchala llenar el cuarto y escurrir por las paredes. Rebota y te atraviesa, y ganas segundos a la vida con cada onda sonora y cada compás; cada ola que te baña.

    Cuando cada célula es una esponja ahíta, sale eruptando de entre tus dientes crispados; ondula en tu pelvis de ofidio encubierto, se tensa en tus muslos heroicamente separados.

    Tus manos convierten el aire en cables cargados de estática o revientan la metralla sobre el borde de la mesa. Tu cuerpo entero ya es péndulo en perpetuo movimiento, máquina infinita, resorte impaciente-cóctel molotov, queroseno asesino.

    Ahí vives para siempre; la distorsión en los nervios, el groove circulando por las venas y el kickdrum bombeando exacto como un reloj francotirador.

    El ácido y la corrosión matan el virus del tiempo y las bacterias de la madurez; eres otra vez franela y mezclilla, otra vez el mismo que quiso soñar y que aprendió la tentación con el tacto y el sabor, las arracadas falsas y un corazón casi limpio.

    Bebes de la memoria temeraria, pero sabes el valor del nuevo segundo.

    No confías en nadie menor de treinta.

    Eres joven aun, chapado en experiencia.

    Eres eterno por cuatro minutos, una y otra vez.



Photo by Luuk Wouters on Unsplash

viernes, 9 de febrero de 2018

Esta Isla Perdida. Leo tu nombre.


Esta Isla Perdida.

    Mármol frío y una burbuja de silencio; el bosque de cipreses esparcidos y el otro de piedra alrededor de mi voz, que te susurra memorias y disculpas, y otras cosas que no puedo contar a nadie más que a ti.

    Leo tu nombre una y otra vez, como lo haré mientras quieran mis ojos y el tiempo; como pasaré mis dedos para leerlo cuando no pueda.

    Más que nada, me sumerjo en los recuerdos: los tuyos y los míos, y los que son de ambos.

    Te cuento sobre cómo estoy a flor de piel en estos días; cómo las cosas son como micrometeoritos que me impactan. Sobre esa noche extraña en que llanto y risa se superpusieron; te cuento sobre deseos vueltos humo de nuevo. Esas cosas que no digo a nadie más.

    Y es que el tiempo es tan corto, real y figurativamente, y yo tengo tanto adentro que necesita a mi Madre.

    Este tiempo elástico, esta isla perdida de silencio, transforman la ausencia en consuelo y confidencia; los otros vendrán pronto y yo tengo que darte mi voz.

    Acaricio la lápida y sonrío por fin tras las gafas oscuras.

    La aguja regresa al surco.

    La vida vuelve a fluír.



viernes, 2 de febrero de 2018

A Cubierto. Una vez aplazado el olvido.


A Cubierto.

    Este frío, que es nuevo y viejo a la vez, me aclara la noche. Me hace desear más tiempo para sentirlo. Quizá me gusta este frío porque me obliga a buscar la tibieza.

    Sorbo el té, que está un poco demasiado dulce, y se abre la vista a un futuro impensable. Casi me siento como un godete limpio pero con restos indelebles de óleo. Predominan las sombras, como debe ser.

    No es que ansíe colores nuevos. Si algo quiero es volver a tener los ojos libres, el pecho despejado. Me vuelco en las hojas para enredar tristezas en la trama de los renglones. Y cosechar a cambio la claridad.

    Ni siquiera me atrae la Mala Medicina; perdida la máscara, quiero usar una sonrisa auténtica. La memoria quiere volver a las manos, al regazo, incluso a los labios, pero hoy no.

    Hoy quiero seguir a cubierto; bajo capas de presunción y bravatas de locuaz ironía; envuelto y protegido por mi silencio obstinado, un egoísmo con baterías frescas.

    Esta libertad sabe amarga, y no la extrañé. Pero igualmente no hay nada más, las posibilidades aun palidecen ante las nubes blancas del deseo, ahora en retirada. No conozco el mañana, ni deseo hacerlo. Tal vez después.

    Y así, una vez aplazado el olvido, surgen las palabras más robustas, con toques de chocolate, naranja y canela. Saben mejor y su amargura es ese sabor que consuela una boca sin gusto, unas manos vacías, unos brazos sin propósito; soy como un barco sin proa.

    Este frío de antes y de ahora sirve para que la llama en el pecho caliente desde adentro. Este nido de fénix. Este fuego sin dueña.




Photo by Paul on Unsplash