A Cubierto.
Este frío, que es nuevo y viejo a la vez, me aclara la noche. Me hace desear más tiempo para sentirlo. Quizá me gusta este frío porque me obliga a buscar la tibieza.
Sorbo el té, que está un poco demasiado dulce, y se abre la vista a un futuro impensable. Casi me siento como un godete limpio pero con restos indelebles de óleo. Predominan las sombras, como debe ser.
No es que ansíe colores nuevos. Si algo quiero es volver a tener los ojos libres, el pecho despejado. Me vuelco en las hojas para enredar tristezas en la trama de los renglones. Y cosechar a cambio la claridad.
Ni siquiera me atrae la Mala Medicina; perdida la máscara, quiero usar una sonrisa auténtica. La memoria quiere volver a las manos, al regazo, incluso a los labios, pero hoy no.
Hoy quiero seguir a cubierto; bajo capas de presunción y bravatas de locuaz ironía; envuelto y protegido por mi silencio obstinado, un egoísmo con baterías frescas.
Esta libertad sabe amarga, y no la extrañé. Pero igualmente no hay nada más, las posibilidades aun palidecen ante las nubes blancas del deseo, ahora en retirada. No conozco el mañana, ni deseo hacerlo. Tal vez después.
Y así, una vez aplazado el olvido, surgen las palabras más robustas, con toques de chocolate, naranja y canela. Saben mejor y su amargura es ese sabor que consuela una boca sin gusto, unas manos vacías, unos brazos sin propósito; soy como un barco sin proa.
Este frío de antes y de ahora sirve para que la llama en el pecho caliente desde adentro. Este nido de fénix. Este fuego sin dueña.
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