Seguramente te diré alguna vez cómo el sólo poder mirarte ya es un placer por sí mismo. Caricia de fotones pintando mis retinas; mi cerebro sonriente ordenando y archivando puntos blancos, rojos, amarillos y negros hasta repetir cada matiz de tu piel, clonando la ilusión óptica de tu fantasma entre los engranes.
Aun así, tal vez sepas -o no-, la fortuna de un espejismo para quien es tan pobre y que está tan lejos; y tan atenazado en este desierto de carne y huesos.
Y no es tanto el que seas hermosa o que estés ahí siquiera; tristemente apenas eres, no estás más cerca de ser algo o alguien cuya especia sazone mi sudor. Eres sólo un permiso que me doy, un atisbo a una lujuria inocua. Eres tan sólo posible, y yo soy quien elige o no hacerte real. Lamento eso.
Aun si esta distancia insensible no mediara entre nuestras bocas, no creo que fueras más que piel y aliento. Pero los breves días serían lánguidos y húmedos; las noches estarían tan llenas de secretos mutuos. Intentaría por cada medio ser un tatuaje invisible en tu bajo vientre; dejar indeleble el color de mis ojos en un surco de tu cerebro; provocarte sueños recurrentes viéndote amazona y montura.
Lo delicioso de nuestro inane enredo es lo posible y lo probable, como enredaderas hentai, dando vueltas uno sobre otro. ¿Quién sabe? Quizá haya astros alineándose; calendarios empalmando; un cómplice fin de semana largo...
Y así, mientras dejo al inconsciente traicionarme haciendo fallidas alegorías coitales, quizá vivo un poco más; quizá conspiro en contra de mi cordura. Permíteme ejercer este deseo a mi inofensiva manera...
Sólo sigamos deseándonos.
No tengo nada más.
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