Muse. Stockholm Syndrome.
Estocolmo.
Tengo café por la mañanas, para hacer que el sol salga y los días sean cortos.
Hago cosas por hacerlas simplemente; por electrocutar neuronas simplemente, y hacerlas olvidar las tardes y las noches pasadas y futuras; con las manos y los brazos y la boca hormigueantes de memorias y ausencia.
Tengo tabaco y nicotina que acortan segundos, que podan los minutos en la cuenta atrás al restante de los días sin ti.
Evito cualquier cosa, y flor y animal; gente, lugares, actos, que lleven tu inicial; que lleven tu apellido. Huelo cualquier cosa que no huela como tú.
He tapiado con cinta gris el Volumen mismo; canto más fuerte; toco más duro y rápido; todo con tal de silenciar tu voz. Ya sólo la oigo en sueños que procuro olvidar con más café y más nicotina.
Mi voz tiene restringido el uso de tu nombre. Mi ceño baja cada vez que alguien lo usa: Si no quisieron hablar conmigo entonces, cuando te fuiste, no tienen derecho a hacerlo ahora.
Soy de nuevo, un nuevo Viejo Yo; distante arcilla endurecida; más duro que la plastilina que quiso tomar la forma que quisieran tus manos. Vacío otra vez. Libre del grillete suave de tu voz, de tu tacto y solidez. Y me muero de esta maldita libertad de ti, un poco más cada amanecer.
Te quiero tanto que respirar duele. No puedo esperar a dejar de hacerlo.
Los días sin ti son un cobertizo remoto, oculto en un bosque o un pantano.
Ahí vivo muriéndome, desde que el Orgullo me secuestró.
Y estoy degustando la mordaza.
En un armario en tu amnesia.
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