Hace algunos años (prometo consignar la fecha exacta en la próxima entrada), tuve el gusto de participar en un concurso de Relato Corto de Ciencia Ficción organizado por cierta revista cuyo reino abarcaba en gran medida esa nebulosa llamada Cultura Popular. El resultado final no fue tan halagüeño como anteriormente, pero considerando que el número de participantes alcanzó la decena de miles, encontrar tu nombre en la posición treinta y dos no estuvo tan mal, mirado con filosofía. Bien, eso y el hecho de que nunca antes había incursionado en la Ficción Científica, que es el término correcto, por cierto. La razón principal es que, por mucho que valore el método, pues bien... científico no soy.
En realidad, la cuestión dependió más de otras circunstancias. Primero, los requisitos. El texto debía ser realmente breve (unas cuatro o cinco cuartillas), en Times New Roman 14 y a doble espacio. O algo así. Lo cual, según pude averiguar, reduce el número de palabras a... no las suficientes. Y luego está el tema poco familiar (leer Ficción Científica es una cosa, lidiar con un toro robot, es otra), así que me decanté por lo más familiar: el Terror. Al final la historia que escribí originalmente resultó demasiado larga, cerca de once cuartillas, y a pesar de que me gustó mucho en lo personal, no podía evitar sentir cierto resquemor. El tema, los personajes, incluso los mismos diálogos me sabían a una extraña cruza entre Película B y una de esas películas ochenteras llenas de humor involuntario y tripas de hule derramadas. Así que, como buen Comunicólogo, descarté lo hecho y cociné en el microondas algo más breve y mucho menos explícito, esperando que cobrara cierta elegancia. Quizá fue eso lo que me ganó la posición 32, y no uno de los cinco premiados, pero bueno, requisitos son requisitos.
A continuación reproduzco la segunda historia, que adaptada a este formato resulta hasta atrozmente breve. El ánimo es un poco juguetón aunque mucho menos que la próxima entrada, y aun le tengo cierto cariño porque homenajea e intercala muy superficialmente algunas ideas de otros autores que encuentro fascinantes, unas tremendamente obvias, las otras... pues descaradas. Una aclaración: tan decepcionado como estoy de la adaptación filmica del "Yo, Robot" de Isaac Asimov, esta historia fue hecha mucho antes y cualquier parecido con cualquier idea es, sorprendentemente, solamente accidental! :) Ojalá les parezca divertida...
UN
POCO DE CURIOSIDAD.
El Doctor Ochoa
sonrió, y miró contento al UAM-23, mejor conocido en la casa como Matt. En el
monitor todos los sistemas decían simplemente, OK. La Celda Neuronal funcionaba
al parecer de maravilla.
*
-No sé, Anthony, esto no es como un
holovisor o algo así, estamos hablando de darle una vida propia a una máquina-,
Pierce se removió en la silla, y mordió su sándwich nostálgicamente.
-No te exaltes, Pierce -el Doctor rió
quedamente-, es solamente un circuito en su cabeza, algo que imita vagamente el
funcionamiento de un cerebro humano. Matt piensa como una persona ahora, es todo.
-¿Que hay del Protocolo Asimov?- dijo
el muchacho retadoramente.
-¿Qué hay con eso?- replico el
Doctor, -el Protocolo sigue ahí, es parte de su configuración. No es como si lo
hubiera borrado...
-Pero ahora piensa, Anthony, es una
variable nueva; ¡quizá incluso sienta!- Pierce traicionó su entusiasmo, con su
súbito cambio de posición una rodaja de jitomate cayó al piso.
-No fantasees, Pierce, esto no es una
de las películas de mil novecientos cincuenta y tantos, mucho menos una novela
de Shelley... le compramos a Matt inteligencia artificial, no un alma...
-Eso seria cool, un alma artificial,
mejoraría en mucho los androides de.. entretenimiento...
Ambos rieron de buena
gana, en parte por la observación, en parte porque una gruesa gota de
mayonesa cayó en la bata del muchacho.
*
Desde el día de la
activación de la Celda Neuronal, Matt fue cobrando conciencia de muchas cosas.
Como el Doctor lo esperaba, la reacción del androide fue fascinante, pasando la
primera semana absorto en las cosas más nimias, o comentando como un niño
asombrado cada suceso, gesto o impresión que adquiría. Pero había algo que
confundía al “joven” ser vivo artificial, y era algo que había leído entre las
miles de paginas que devoraba. Se llamaba “Ligeia” y era una historia de un
autor prácticamente desconocido, pero al parecer bastante popular hacia dos o
tres siglos. Trataba de la muerte.
Imbuido de una nueva necesidad, que
el Doctor con una sonrisa había llamado “curiosidad”, Matt se preguntaba todo
acerca de la muerte. Fue cuando decidió que debía hacer experimentos. Dentro de
él esto lo llenaba de una rara sensación, quería experimentar, pero temía
hacerlo. Algo en su memoria lo frenaba. Pero al fin la curiosidad fue mayor.
Ahora estaba un poco
mortificado, sobre todo porque el Doctor extrañaba a Silvio, su hámster. Silvio
fue interesante como experimento. Matt quería mas, sin embargo; los últimos
chillidos de Silvio no le dijeron nada.
Matt tomó al pequeño
insecto que tenia en una caja de Petri entre sus apéndices dactilares. Lo
observó fijamente, y luego ejerció presión. Este pequeño ser no hizo ningún
ruido. No se movió siquiera. Matt no estaba satisfecho. Se sentó en un pequeño
banco y miró por un tiempo su “mano”. Su mente divagaba raudamente entre causas y
efectos, circunstancias y particularidades.
*
El Doctor Ochoa recogió
el pequeño desastre con una hoja de papel. Uno más. Ya no podía seguir negando
la evidencia. Debía tener una platica con Matt, acerca de la preocupación que a
menudo lo hacía al androide permanecer inerte por horas enteras. Incluso estaba olvidando
sus quehaceres en el laboratorio. El germen de una sospecha comenzaba a crecer,
pero la idea era tan atroz... no podía afrontarlo. Se encogió de hombros
filosóficamente, y siguió con los análisis de sangre pendientes.
En la sala, Matt observaba a fijamente a Pierce, calibrando sus
movimientos, su fuerza, la resistencia que podría oponer. Lo primero que entendió
es que Pierce acaso chillara un poco más.
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