Me emociona y aterra a la vez el saber que vendrás a la cita, y que esta vez será para quedarte.
Quiero decir, no es como si fuera la primera vez que nos vemos, pero el saber que ya jamás nos despediremos al llegar el día es una idea tan Grande y Definitiva... Es verdaderamente la realización de un sueño, ¿no es cierto?
Recuerdo la primera vez que te ví, con tu vestido azul, el pelo negro te llegaba apenas a los hombros y eras hermosa imposiblemente aun sin rastro de maquillaje. Y eras además una mota de salvaje y dulce color en ese paisaje gris, en esa calle extraña e interminable cuyo nombre desconozco tanto como el tuyo. Pero tú y tu presencia bastaron para dar sentido a la posible confusión, y sólo contigo pude alguna vez entender que la sonrisa era por y para mí. Y así sonriente tomaste mi mano y caminamos por aquella calle de monocromático encanto, hasta que tuve que regresar al mundo que conocía.
Dos encuentros más, casi iguales, y ya entendía que eras Mía; y no fue ninguna sorpresa cuando aceptaste mis manos y mi boca, y desde entonces hubo noches dedicadas a saborearnos sin reserva alguna. Todo, desde lo más dulce hasta lo más perverso, surgía naturalmente y sin casi mediar palabra.
Al principio regresar a mi vida después de pasar la noche desnudo contigo en mil y un lugares, escenarios y paisajes -nunca el mismo-, no era tan malo. Saber que volvería contigo y recordar tus apremiantes suspiros y gemidos, esa crema inmaculada de tus muslos, la textura delicada pero elástica de tus pezones, el variable sabor del lóbulo de tu oreja mientras lo besaba, con mis dedos hundidos en tu cabello revuelto... Todo eso hacía la vigilia ligera, soportable. Luego, la vida diaria y simple sin ti fue un precio que estuve dispuesto a pagar. Estar contigo era mejor que la circunstancia más feliz o afortunada.
Pero día a día, fuí odiando más el sentir los ojos abiertos y no verte, y el mundo se convirtió en una losa ardiendo sobre mis hombros. Volver a tu lado era el más puro bálsamo, la panacea al dolor de estar despierto y lejos de ti.
No lamento las despedidas que no dije, ni siento culpa alguna como para dejar disculpas en un pedazo de papel. Una píldora tras otra y trago tras trago de whisky, la certeza de lo nuestro se hizo clara y nítida. Si los médicos pudieron hacer algo para salvarme, o cuánto tiempo yaceré inconsciente en una cama aséptica, estéril e impoluta, realmente no lo sé y no me puede importar menos. Soñar -vivir-, contigo es ahora mi vida real.
Porque aquí llegas ya, el amor vestido de azul; el pelo negro y los tenis blancos. Sonríes como siempre y como jamás, y ahora no sólo sé que eres mía y siempre fuiste sólo para mí. Ahora sé que soy tuyo para siempre y que nunca volveré a despertar. Nuestra noche juntos jamás acabará.