Cuenta la leyenda que Nevermind, el disco de Nirvana considerado punta de lanza del movimiento que por alguna razón se llamó Grunge, en honor del estilo desenfadado de vestir de los veinteañeros de Seattle, se adelantó por alguna razón al lanzamiento de otro: Superunknown, de Soundgarden. La lógica de la pasión quiere argumentar que Superunknown debió ser el disco bandera del movimiento también conocido como "Alternativo". Especular con la historia, sin embargo, es poco menos que inane.
Lo cierto es que a nivel personal, Superunknown y los trabajos sucesivos de Soundgarden fueron parte vital del soundtrack que coloreó mi segunda década de vida. Y gran parte de ello es debido a Chris Cornell. En mi opinión y preferencia, Cornell tenía una de las voces más hermosas de su generación, y esa belleza consistía en ese rango generalmente rasposo y estridente, a veces hasta meloso, definitivamente melodioso, y en ocasiones de plano alcanzando el prodigio.
La muerte de Cornell, el miércoles 17 de mayo de este 2017, hasta el momento en que escribo sin aclaración, posiblemente no resuene tanto como la de Kurt Cobain. Probablemente sí. Nuevamente, a nivel personal, sin ser necesariamente tan impactante como otras que acaecieron en el fatídico año pasado, sí reviste sin embargo un significado especial.
Andrew Wood. Lane Staley. Shannon Hoon. El mismo Kurt Cobain. Scott Weiland. Y ayer, Chris Cornell. Una lista que prácticamente representa el Who's Who de una época insoportablemente breve, como un fuego fatuo que por excepción para confirmar una regla, debió arder por más tiempo, y no alcanzó a arder ni un lustro. Un incómodo recordatorio de hacia dónde nos dirigimos ineludiblemente. Una paradoja que implica que aunque sus protagonistas se vuelven inolvidables, la vida sigue borrándolos del mapa. Como si el recordatorio de que tus veintitantos fueron precisamente hace veintitantos no fuera suficiente.
Según sé, un "Soundgarden" designa a un conjunto de tiros de chimenea oriundos de Seattle, que tiene la propiedad de producir un sonido especial con la acción del viento. La voz de Chris Cornell, esa voz de ángel caído que cantó de amor y de dolor, de suicidio y adicción, de violencia y revolución y todas las cosas de las que generalmente se canta, está grabada y viva para siempre, y casi seguramente aun hay canciones por descubrir. Pero quizá esa voz también ahora se une al viento sobre los techos de Seattle. Ojalá así sea.
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