viernes, 29 de septiembre de 2017

Te miré. Egoísmo terapéutico, singularidad ineludible, whatever.


Te miré.


    Tomé tu fotografía en mis manos y te miré; te ví buscando el hogar o acaso un lugar más perfecto. Ví que si iba a buscarte, no te encontraría.

    Usé mi telescopio y te miré: Sonreías hermosa, y anotabas tu vida en el calendario. Y ví que si iba a visitarte, no habría días para mí.

    Me paré frente a la ventana y te miré: Estabas feliz y orondo, y querías visitar mi casa. Y ví que tus manos se abrían y cerraban con codicia, y te llevarías algo de lo mío. Y cerré la ventana.

    Cerré un ojo y atisbé por la lupa, y te miré: Bebías y comías sin parar. Y ví cómo intentabas llenar ese vacío en tí, y temí ser engullido también.

    Y cerré todas las puertas, todas las ventanas; bajé persianas y cortinas. Porque supe que por algún tiempo tenía que estar con una sola persona, y él se siente sólo, y me necesita mucho más que tú.




viernes, 22 de septiembre de 2017

Insomne. Seis, cinco, cuatro...


Insomne. (Demasiado lejos).


    ¿Qúe es lo que cambia en realidad, o qué primero? ¿Es el mundo o es el ojo? ¿Son los colores los que dejan de brillar, o yo quien se queda sin conos para percibirlos?

    Como sea, así las razones se esfuman, y hasta el aire mismo es hueco. El pajarillo esmeralda no se ve por ningún lado, no está; ignoro si ha vuelto a la caja o si anda buscando malestares qué paliar por otro lado. Desearía encontrarlo aquí.

    O tal vez sólo es cansancio, o falta de sueño; cafeína o nicotina insuficientes. Y no importa, porque la importancia está ausente. Las interrupciones del mundo real o la vida diaria, o lo que sea este charco de lodo a doble turno me fastidian.

    Lo que quiero es suspender el tiempo, el mío propio; dejar que los demás se ahoguen, -o no-, en sus propios días, en su exculsivo transcurrir, y me dejen en paz por cinco o seis cuartillas.

    Una cosa que es en parte gruñido y parte sollozo quiere vibrar en el vacío donde debería estar mi voz. Y no puede, ni quiere hacerlo. Quizá más tarde.

    Porque ahora es tiempo de ésto, de Mí; he quitado el seguro a una granada de egoísmo y cuento hasta seis.

    Mi cuello quiere torcerse una última vez, y mis ojos alumbrarse las dioptrías con el rostro en mis sueños diurnos. Pero hasta ellos saben que yo jamás miro hacia atrás, para así ser capaz de regresar algún día.

    Hace un par de horas eché a andar, y ya estoy demasiado lejos.

    Después de todo, ¿quén me echaría de menos?




Foto: magnezis-magnestic en Unsplash.

viernes, 15 de septiembre de 2017

El Mejor Día. Un sueño de verano.


El Mejor Día.


    Rosy corre la cortina, traslúcida y delicada, e inevitablemente entorna los ojos aun soñolientos ante el brillante sol de junio. Sonríe, porque siente los cambios en ella y el mundo, y todo es perfecto; y algo en ella intuye que éste será el mejor día de su vida.

    La bata se ciñe a su cuerpo ya de mujer; la juventud en la que le es imposible reparar la cubre como un nimbo invisible y chisporrotea entre un suave vello y otro; diecisiete años, diecisiete mil watts de potencia en frecuencia modulada estimulando las células que trabajan enfebrecidamente en el desarrollo de la lozanía. Se siente bien, se siente bonita, y un poco pícara mientras se encamina a la ducha intentando no pensar en esa noche y sus posibilidades, y fallando...

    Pero primero tiene que sentirse envuelta y tibia en el amor materno aun algo tenso después de años de contrapuntos; en el cariño y orgullo de su padre, que tiembla emocionado con su hija en brazos y carraspea para matizar las emociones con hombría, declarando que se le hace tarde; en las puyas inclementes de su hermano menor, y el beso pegajoso y torpe con el que intenta enmendarlas mientras su voz oscila de niño a adolescente en su quedo y sincero: "Feliz Cumpleaños, Rosy". Y así transcurre la mañana de verano, entrecortada por llamadas telefónicas de tíos y amigos; unas breves, otras algo más largas; todas llenándola de calidez y risa. Hasta que llega la más esperada, y con ella la voz que la llena de emociones deliciosas y atemorizantes; y le promete las unas e insinúa las otras.

    Llega la tarde y trae consigo un momento de bulla y locuacidad en la forma de Blanca, su mejor amiga, que viene por ella para ayudarla con el complicado ritual de convertirse en la más hermosa y feliz cumpleañera del año mil novecientos ochenta y seis; la asiste con el maquillaje y la apoya a través del extenso kilometraje de blusas, faldas, pantalones, vestidos y accesorios que conforman el rito intrincado de la femineidad aun incipiente, pero ya revolucionada como un motor imparable que ronronea quedamente.

    La noche ya es plena pero tan joven como las tres docenas de adolescentes que a voz en cuello cantan con ella y para ella. Tras apagar las velas, Felipe la abraza y los demás se entregan a la celebración; por ella, sí; pero también por ellos mismos y ese momento que se les escapa de entre las manos y hay que disfrutar mientras dure, y durará tan poco.

    Rosy, sin embargo, está inmersa en otra celebración; cobijada en los brazos que la colman y la drenan a la vez; en la boca que acaricia la suya con firmeza y ternura y otras cualidades que aun no puede definir cabalmente.

    Lo ignora, pero ese amor avasallante se disolverá en diez días de llanto poco menos de un año después; sin embargo esta noche todo es perfecto, especialmente la despedida en la puerta de su casa, con su padre carraspeando entre desesperado y alarmado en la sala; pero la luz en la entrada creando un claroscuro ambarino que para siempre asociará con el amor mismo.

    Después, en la penumbra azulada de su habitación todavía de niña, Rosy sonreirá justo antes de que el sueño la tome y la acune nuevamente. El pensamiento que cruza su cabeza y su corazón en ese preciso instante, es el que ya intuía al despertar: fue el mejor día de todos.

*

    El rechinido de suelas de goma intenta contraponerse al suave pitido de los instrumentos y el murmullo triste y ominoso del respirador.

    La enfermera duda, y decide correr las cortinas hasta más tarde, pero antes de que la hija de la mujer que se consume mientras duerme llegue a visitarla.

    La mira breve, pero expertamente. Bajo la fragilidad, el pelo gris y la piel reseca que cubre los músculos y tendones en plena atrofia reconoce la belleza que debió cubrirla veinte años antes como un halo resplandeciente. Quizá aun era hermosa cuando su cerebro cortocircuitó y la sumió en el sueño del coma.

    "Rosa Aurora Deschamps", se lee en el frío letrero al pie de su tumba viva. El entrenamiento filtra la tristeza y la lástima, y destila la piedad justa y exacta que motiva su vocación.

    Apaga el fulgor verdoso y tenue del tungsteno y sale, dejando a la mujer dormida envuelta en la luz grisácea del amanecer. Procura no pensar en si soñará.

    En efecto, Aurora sueña. Y en su sueño corre una cortina y entorna los ojos a una luz de sol de verano. Y todo es perfecto, una noche tras otra; un día tras otro.





Photo by David Cohen on Unsplash

viernes, 8 de septiembre de 2017

Si alguna vez vas al Bosque. Una neurona rebelde.


Si Alguna Vez Vas Al Bosque.


    En el frío, en la noche, me atreví a murmurarte un sueño que tuve de ti; la más demente de mis ambiciones a la fecha, en aquel fuego etílico de mis dos décadas. La piedad en tus ojos me confirmó la inminente -y sospechada- muerte de mis ansias, y mucho más.

    Te dije algo más, besé tu frente. Aunque te quedaste conmigo un momento más, intentando diluír la vergüenza, yo ya medía los perennes kilómetros entre nosotros; los años luz que aun hoy miden tu recuerdo.

    Tal vez mi voz se quedó en el bosque. Quizá por eso quiero tánto regresar, para buscarla. La necesito de vuelta.

    Acaso esas dos palabras que te di quedaron allá, y por eso no puedo decirlas otra vez.

    Sé que tú no te las quedaste.

    Hoy quiero usarlas nuevamente, tal vez un poco más ahora de lo que una vez lo quise contigo, y no las encuentro aquí adentro. Por tanto, deben estar perdidas en algún lugar.

    Así que te pido un favor: si alguna vez vas al bosque nuevamente y las ves flotando por ahí, o ahogadas en un arrollo; o tendidas sobre una piedra húmeda, envíamelas.

    Hay alguien a quien quiero decirlas, y -¿quién sabe?-, acaso a ella le guste escucharlas.





Photo by Steve Halama on Unsplash

viernes, 1 de septiembre de 2017

Tornasol. Universo de bolsillo.



Tornasol.


    Es la magia impermeable de nuestra coincidencia, el vudú de puntos que se unen con líneas indelebles cuyos colores se repintan a diario. Es la santería de canciones compartidas, de diplomacia compasiva; ilusionismo y prestidigitación con sonrisas en bruto, manos abiertas, brazos extendidos como puentes incólumes, un hombro mojado acolchado por la piedad.

    Es un espejo con un rostro diferente. Caminos adosados: ora paralelos, ora circulares; no siempre inmunes a la divergencia.

    Es un diccionario de palabras no expresadas, intuídas, acaso tal vez inmencionables; sinónimos, antónimos, anagramas, y una profusa tribu de adjetivos.

    Es pacto y es contrato. Listón y cadena y serpentina.

    Es casi lo único posiblemente salomónico y aun así redituable. Flujo, transferencia y retroalimentación simultáneas.

    Es un parentesco de opción múltiple.

    Y puede ser alguna vez una pared que oculte una llama de amor sin voz; también una ventana por donde el mundo crezca infinitamente.

    Al final simplemente es, y fue y será, un universo de bolsillo donde las almas pueden hacer lo suyo, y teñirse con los colores de otras.

    Un amigo es la vida como un cromo tornasolado.