Insomne. (Demasiado lejos).
¿Qúe es lo que cambia en realidad, o qué primero? ¿Es el mundo o es el ojo? ¿Son los colores los que dejan de brillar, o yo quien se queda sin conos para percibirlos?
Como sea, así las razones se esfuman, y hasta el aire mismo es hueco. El pajarillo esmeralda no se ve por ningún lado, no está; ignoro si ha vuelto a la caja o si anda buscando malestares qué paliar por otro lado. Desearía encontrarlo aquí.
O tal vez sólo es cansancio, o falta de sueño; cafeína o nicotina insuficientes. Y no importa, porque la importancia está ausente. Las interrupciones del mundo real o la vida diaria, o lo que sea este charco de lodo a doble turno me fastidian.
Lo que quiero es suspender el tiempo, el mío propio; dejar que los demás se ahoguen, -o no-, en sus propios días, en su exculsivo transcurrir, y me dejen en paz por cinco o seis cuartillas.
Una cosa que es en parte gruñido y parte sollozo quiere vibrar en el vacío donde debería estar mi voz. Y no puede, ni quiere hacerlo. Quizá más tarde.
Porque ahora es tiempo de ésto, de Mí; he quitado el seguro a una granada de egoísmo y cuento hasta seis.
Mi cuello quiere torcerse una última vez, y mis ojos alumbrarse las dioptrías con el rostro en mis sueños diurnos. Pero hasta ellos saben que yo jamás miro hacia atrás, para así ser capaz de regresar algún día.
Hace un par de horas eché a andar, y ya estoy demasiado lejos.
Después de todo, ¿quén me echaría de menos?
Foto: magnezis-magnestic en Unsplash.
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