viernes, 15 de septiembre de 2017

El Mejor Día. Un sueño de verano.


El Mejor Día.


    Rosy corre la cortina, traslúcida y delicada, e inevitablemente entorna los ojos aun soñolientos ante el brillante sol de junio. Sonríe, porque siente los cambios en ella y el mundo, y todo es perfecto; y algo en ella intuye que éste será el mejor día de su vida.

    La bata se ciñe a su cuerpo ya de mujer; la juventud en la que le es imposible reparar la cubre como un nimbo invisible y chisporrotea entre un suave vello y otro; diecisiete años, diecisiete mil watts de potencia en frecuencia modulada estimulando las células que trabajan enfebrecidamente en el desarrollo de la lozanía. Se siente bien, se siente bonita, y un poco pícara mientras se encamina a la ducha intentando no pensar en esa noche y sus posibilidades, y fallando...

    Pero primero tiene que sentirse envuelta y tibia en el amor materno aun algo tenso después de años de contrapuntos; en el cariño y orgullo de su padre, que tiembla emocionado con su hija en brazos y carraspea para matizar las emociones con hombría, declarando que se le hace tarde; en las puyas inclementes de su hermano menor, y el beso pegajoso y torpe con el que intenta enmendarlas mientras su voz oscila de niño a adolescente en su quedo y sincero: "Feliz Cumpleaños, Rosy". Y así transcurre la mañana de verano, entrecortada por llamadas telefónicas de tíos y amigos; unas breves, otras algo más largas; todas llenándola de calidez y risa. Hasta que llega la más esperada, y con ella la voz que la llena de emociones deliciosas y atemorizantes; y le promete las unas e insinúa las otras.

    Llega la tarde y trae consigo un momento de bulla y locuacidad en la forma de Blanca, su mejor amiga, que viene por ella para ayudarla con el complicado ritual de convertirse en la más hermosa y feliz cumpleañera del año mil novecientos ochenta y seis; la asiste con el maquillaje y la apoya a través del extenso kilometraje de blusas, faldas, pantalones, vestidos y accesorios que conforman el rito intrincado de la femineidad aun incipiente, pero ya revolucionada como un motor imparable que ronronea quedamente.

    La noche ya es plena pero tan joven como las tres docenas de adolescentes que a voz en cuello cantan con ella y para ella. Tras apagar las velas, Felipe la abraza y los demás se entregan a la celebración; por ella, sí; pero también por ellos mismos y ese momento que se les escapa de entre las manos y hay que disfrutar mientras dure, y durará tan poco.

    Rosy, sin embargo, está inmersa en otra celebración; cobijada en los brazos que la colman y la drenan a la vez; en la boca que acaricia la suya con firmeza y ternura y otras cualidades que aun no puede definir cabalmente.

    Lo ignora, pero ese amor avasallante se disolverá en diez días de llanto poco menos de un año después; sin embargo esta noche todo es perfecto, especialmente la despedida en la puerta de su casa, con su padre carraspeando entre desesperado y alarmado en la sala; pero la luz en la entrada creando un claroscuro ambarino que para siempre asociará con el amor mismo.

    Después, en la penumbra azulada de su habitación todavía de niña, Rosy sonreirá justo antes de que el sueño la tome y la acune nuevamente. El pensamiento que cruza su cabeza y su corazón en ese preciso instante, es el que ya intuía al despertar: fue el mejor día de todos.

*

    El rechinido de suelas de goma intenta contraponerse al suave pitido de los instrumentos y el murmullo triste y ominoso del respirador.

    La enfermera duda, y decide correr las cortinas hasta más tarde, pero antes de que la hija de la mujer que se consume mientras duerme llegue a visitarla.

    La mira breve, pero expertamente. Bajo la fragilidad, el pelo gris y la piel reseca que cubre los músculos y tendones en plena atrofia reconoce la belleza que debió cubrirla veinte años antes como un halo resplandeciente. Quizá aun era hermosa cuando su cerebro cortocircuitó y la sumió en el sueño del coma.

    "Rosa Aurora Deschamps", se lee en el frío letrero al pie de su tumba viva. El entrenamiento filtra la tristeza y la lástima, y destila la piedad justa y exacta que motiva su vocación.

    Apaga el fulgor verdoso y tenue del tungsteno y sale, dejando a la mujer dormida envuelta en la luz grisácea del amanecer. Procura no pensar en si soñará.

    En efecto, Aurora sueña. Y en su sueño corre una cortina y entorna los ojos a una luz de sol de verano. Y todo es perfecto, una noche tras otra; un día tras otro.





Photo by David Cohen on Unsplash

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