Las Llaves Que Me Abren.
Llega fría, como una chispa azul, como aire furtivo sobre piel húmeda. Es idea, luego certeza; un presagio que esperé y me atreví a negar a los ojos.
Eres nuevamente un recuerdo a pesar de la presencia, y acaso por ella misma. Has cambiado y aun siendo tú -porque siempre lo has sido-, ya no eres igual. Y como contigo, cambio sin tí.
No voy a decir que ya no eres la pieza faltante; después de todo eres tú, con voz y sonrisa, con ojos y manos y caderas. Pero si algo no te debo es el alivio de saber que me he resignado, o el de creer que te he olvidado. No puedo saber lo que nunca he aprendido.
Todo lo que tenía para darte lo guardo, lo celo; lo reservo para mí y nadie más. Nunca más, nunca otra vez. Por supuesto habrán cuerpos, y voces y mentes en las que perderme, intentando descifrar sus silencios; porque en cambio respeté los tuyos, hipnotizado y cohibido por mi adoración de tí.
Pero he fundido las llaves que me abren para hacer una coraza nueva.
Sólo queda una, y hoy entiendo que durará tal vez hasta el fin así, sin usar.
Llámame egoísta, pero es que eres mi paradoja favorita: la primera y la última que quise -que quiero-, amar.
Y si así debe ser, que la espina del Hubiera sea las cenizas de ello.
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