Going Nowhere Slow.
Todo comienza con una estupidez, de quienquiera que sea y cualquiera que sea su nombre. Urbanista, Ingeniero, qué más da.
Un túnel inundado, la única vía de salida para cientos, quizá miles de autómatas automovilistas cuya intransigencia se activa ante el cielo gris y el pavimento húmedo. Hoy tomará una hora lo que se hace en quince minutos, y la pasmosa cantidad de metal y plástico acumuladas en el camino y casi inmóviles en éste presagian 'una mañana de ésas'; y de ésas donde todo cambia y toda posibilidad tiene el interruptor en on.
En efecto todas las reglas se anulan. Razón, Lógica; hasta la simple cotidianeidad de la cortesía en mala gana. La precaución cede el paso al pragmatismo. La consideración se pone camiseta de proscrita. Y de esa sopa acabas convertido en un fideo más. Sin embargo... cosas pasan.
De pronto la música te pide escojas una carta, cualquier carta; apagas el segundo cigarro y vas por el tercero. Comienzas A Ver. El tipo de adelante, el del Pointer, gafas oscuras y cabeza olmeca en negativo, mira pasar a Caperucita con arrobo ferozmente lupino. A tu derecha, una treintona con expresión más desconcertada de lo deseado y menos determinada de lo planeado intenta adelantar a una titanoboa de colores como retales; parece envuelta en un vaho de casi-histeria y total intransigencia, bajo su coleta rabiosamente tirante.
Detrás, una pareja mayor en una vapuleada, minúscula pick-up. Mirándolos por el retrovisor, envidias la seriedad tranquila de sus rostros, aunque en realidad lo que ambicionas secretamente es su 'juntedad', su "estar aquí, contigo". Porque para entonces tu cerebro ya comienza a girar en sentidos contrarios. Cerati predica y bendice y tú urges a plena voz a alguien cuyo rostro y nombre se han difuminado en las nubes grises sobre tu cabeza, o mejor dicho, sobre tu toldo; la urges digo, a cruzar el amor, usar el amor como un puente.
Y a tu izquierda hay otro tren a escala, otros carros como cuentas del collar más feo del mundo; dentro de cada una al menos un rostro diferente a todos y al tuyo. La mitad de ellos es indiferente a tu boca abierta y tu ceño relajado mientras porfías cantando a media voz, y a las bocanadas de humo infernal, pestilente, cancerígeno y delicioso que exhalas entre estrofas y coro. Las otras caras o fingen ignorarte, o repiten el tradicional mantra: "putamadre, putamadre, putamadre", tan pertinente, apropiado y hasta razonable en estos casos.
Así, como el tiempo mismo ha cambiado de forma con el mundo, al cabo de tres canciones y media más llegas a un semáforo, donde la condición humana y el orgullo nacional se ponen de punta en blanco. La luz es roja, pero sabes lo que pasará: como hongos, varios autos prueban fehacientes la posibilidad de generación espontánea y lo que era un crucero de pronto es una prueba de carácter y valor. En más de un sentido.
Es bien sabido que los hombres malos gastan mostacho de manubrio y ropas negras. Bueno, pues las villanas portan una minivan o SUV blancas y expresión gélida o altanera. Algunas pretenden inspirar tu desesperanza enviando mensajes de texto, incluso. Sonríes, porque no saben que estás bajo la influencia de Kylie Minogue y cuatro dosis de nicotina y alquitrán, y que posiblemente hoy has dejado de ser tú por una de las quince horas que le quedan al día. Ante tu bobalicona entereza ceden los espinos y el camino aparece... aunque solo por cien metros. Otro cruce, otra via crucis. Y ahora también, otro tú.
Porque como cantó Kylie: "there's nowhere else but right here, right now". Algo zen como un fantasma sintoísta ha pasado a través de tí y se llevó todo lo que había. Te has dado cuenta que no importa la hora a la que llegues ni quién eras ayer -¡qué demonios, hace una hora!-, porque después de todo no vas a ningún lado.
Y te llenas de una certeza por la cual todos los demás aquí atrapados contigo te lincharían en masa. Ves a algunos intentar darse vuelta, retroceder de este error porque quizá sea posible, y sientes auténtica lástima por ellos porque tú sí has aceptado que el cauce y el sentido son uno y al cabo te llevarán a algún lado. Y vas cantando y fumando, y hasta has olvidado 'eso' que luchas por no aceptar, y que tu vida es un inmenso cráter amueblado con cosas viejas. Y una paz extraña y alienígena te empapa la ropa y la piel. Antes te hubieras odiado por sentirte así, pero hoy no. Porque cada vez que no usaste el cláxon, que cediste el paso y no seguiste de largo con alevosía; cada vez fuiste superior, y no a tí mismo sino a ellos, a todos los demás.
Y sin embargo, untado de esa franca amoralidad, lo que pudo parecer un desastre o un engorro fue casi una epifanía.
O has perdido la razón, porque ahora piensas: ¿Y si TODO pudiese ser así, siempre? ¿Y si YO también?